No es un
detalle menor verlo de esta manera.
La vocación
es algo que desde adentro del corazón se expresa en actitudes, gestos y búsquedas,
mientras que esta suerte de “vocación exógena” surge de una profunda sensibilidad
que llega incluso a desestabilizarlo y hacerlo volver a pensar aquello que ya estaba
establecido.
Naturalmente
que de parte de Él había un sí primerizo, que desde el momento de su concepción
María imprimió en su ser humano confirmando el sí ya dado por el Padre; pero un
sí no es lo mismo que una vocación.
La opción
radical de Jesús por mantenerse fiel al plan de Dios fue tierra fértil y vientre
fecundo para que la sensibilidad vaya mostrándole la voluntad del Padre. Para
que la sensibilidad mute en misericordia.
Y
muchos fueron también los que colaboraron: anónimos e ignotos que sólo se
distinguían por su dolor, al ser descubiertos por Él, pasaron a tener nombre y
reconocimiento.
Ahora
bien, en esta pedagogía, uno de los primeros que logró reunir a los que ya eran
los bienaventurados de Dios y que él luego haría propios, y propios hasta dar
la vida por ellos, fue Juan el Bautista.
Juan
fue el primer que reunió a sus bienaventurados.
El
primero que juntó el coro de hambrientos que susurró en el corazón de Jesús
hombre la melodía propuesta por el Padre.
Juan en
sus largas filas de excluidos anticipaba la promesa que luego cumpliría Jesús. Sus
bautismos, lavadores de penas, angustias, culpas y miserias, eran el afeite
para recibir la visita del Gran Huésped.
Sus
filas, matizadas de historias y vidas repletas de humanidad herida, eran largas
colas de esperanzados por Reino. Y Jesús, un día estuvo allí. Haciendo fila. En
la fila. Entre
ellos. Quizás (seguramente) sintiéndose uno de ellos… Y en la fila se escuchan
cosas. Se escuchan comentarios íntimos, deseos profundos, reproches huecos. Dolores,
búsquedas.
Es muy
probable que Jesús, en esas filas de Juan, haya tomado conciencia de que hacía
falta un cocinero. Había hambre y hambres tan profundos que luego, con el pasar
del tiempo, lo llevaron nuevamente a cambiar su plan. Ya no sería más cocinero
sino que ahora sería pan.
Por si
no había escuchado bien a su corazón, en una de esas filas y uno de esos días,
Dios irrumpió estruendoso y dulce anunciando y reafirmándole quién era; a qué
estaba llamado, de qué madera estaba hecho.
En esas
filas de Juan, Dios confirmó su opción y se hizo opción.
No
estaban esperando en vano los bienaventurados.
El
Reino estaba entre ellos.
Los
poderosos no lo podían entender. No lo pueden entender todavía.
Querido
Jesús, ayudame a vivir tu propuesta. Ayudame a escuchar a los que tengo alrededor.
Ayudame a por lo menos, frente al hambre, servir las mesas y poder ofrecerte
como Pan. Verdadero Pan.
¡Amén!
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