abril 21, 2006

¿Puedo dudar de Jesús?

Te puedo creer si necesidad de amarte, pero no puedo amarte si no te creo.
Amar no es requisito para creer, pero creer sí es un requisito para amar.
Intrincado.
Complicado.
Sencillo.
Creerte no me involucra con vos. Simplemente te creo y es suficiente.
Puedo creerte y no amarte.
Amarte me involucra tanto que sólo es posible si te tengo una confianza plena y ciega.
Creerte puede ser un primer paso, pero un primer paso que es parte del camino hacia el amarte. Imposible de separar del amarte, pero pasible de ser dado hasta allí y punto. Puedo creerte y nada más.
Creer no es lo mismo que confiar.
Confiar es el segundo paso en el camino del amar.
Primero creo. Después, porque creo, confío. Quizás, más tarde amo.
Pero no siempre se da así; a veces se ama primero, y por el amor se recorre en un instante todo el camino del creer y del confiar.
Porque cuando te amo no queda lugar en mi corazón para dudar de vos.
Jesús, por ejemplo, primero nos amó. Sin muchas vueltas, sin reservas, sin dudas.
Nosotros nos esforzamos por creer en Él.
Nuestra búsqueda, generalmente, es la fe, no el amor.
Gran diferencia.
Camino, sin dudas, pero gran diferencia.
Tomás decía que lo amaba... pero no le creía (Jn 20: 19-30). Estaba en camino pero no era suficiente. Jesús sentencia: “¡felices los que creen si haber visto!”, y es lógico, habla de quienes lo aman; a ellos llama “felices”.
Si te amo no necesito pruebas. Solo me basta mi amor que se desborda y la certeza del tuyo que me baña. Pedir pruebas es otra cosa.
Puedo pedir pruebas por dos motivos: curiosidad o búsqueda. La curiosidad no me lleva al amor. Es un falso camino que me acerca más a la intriga y el chusmerío que al conocerte profundamente.
La búsqueda es camino. Pido pruebas porque todavía no te amo, porque necesito creer en vos, para poder confiar, para luego, poder entregarme de lleno al amor.
Quizás pido pruebas porque todavía no me dejé amar; pero necesito esas pruebas para sentirme seguro.
“Papá, estás allí”...uno escucha muchas veces preguntar a sus hijos. ¿Dudan que estemos?, no. Quieren que les confirmemos que allí estamos. Esa duda es búsqueda.
¿Puedo tocarte el costado?
Dios nos ayude a vivir este tiempo Pascual convirtiendo nuestra duda-curiosidad en duda-camino-de-amor.
“¡Felices los que creen sin ver!”, proclama Jesús.
Me atrevo a rezar: ¡Felices los que dudan para poder amar!

Nota:
Ahora reconozco que muchos de nosotros le creemos a Jesús pero no lo amamos; incluso, como Iglesia, algunas veces (más de las deseadas) anunciamos la Verdad de Jesús, que creemos por la fe, pero no testimoniamos el amor de Jesús, que deberíamos vivir en nuestro corazón. El resultado: transmitimos correctamente el mensaje pero no hacemos presente el Reino.
Jesús pide testigos, no maestros. Testigo es quién ha estado presente o ha vivido algo y puede dar testimonio de ello.
Testigos, no maestros. (Mt 23, 8-10).-
Creer para amar.
Amar para gritar que es cierto.
Vivir para ser testimonio.
Dudar para poder amar.Amar para no dudar más.


Pablo Muttini / 2º Domingo de Pascua

abril 12, 2006

Una fábula... para ver si ayuda

La paloma era muy elegante. Típico de paloma torcaza. Esbelta, de un gris perlado que se confundía con las nubes al volar; de una suavidad, que se trenzaba con el viento al planear.
Mirada por todos, mimada por muchos y deseada abiertamente por varios, la paloma se paseaba de rama en rama entre sus admiradores.
Un cierto día, apareció como de la nada un nuevo competidor y aquí comienza la historia.
Palomo fuerte, de plumas brillantes y cabeza erguida, el mensajero en minutos logró conquistar el corazón de la torcaza. Desde ese momento, para ella todo cambió y todo tuvo otro color.
Vuelos eternos, atardeceres repletos de miel, reparos de arrumacos en la lluvia. Una nueva vida.
Ambos habían logrado sintetizar algo muy parecido al verdadero amor.
Pero claro, nada por estos lares dura para siempre.
Mensajero, cierta mañana llegó al nido de torcaza con un ramo de flores, una carta y cubriéndola con sus alas fornidas le anunció lo inevitable. Ella sabía que alguna vez pasaría, así que sin mezquinar lágrimas, lloró su partida desde la dulce certeza de una presencia que no olvidaría jamás.
Cosas de palomas.
Las flores durante varios días estuvieron frescas.
Luego las fue recortando el tallo para atrasar el marchite.
Finalmente se marchitaron y durante mucho, muchísimo tiempo, quedaron en ese florero, el mejor, el más grande, justo allí en la mesa ratona del living.
Tantos recuerdos...
Tanto significaban esas flores.
¡Qué importancia tenía que estuvieran marchitas!
Con la primera primavera apareció otro palomo. Claro está que nada tenía que ver con el mensajero. Ella no estaba preparada todavía.
Con la segunda, otro, y con la tercera, y con la cuarta. No era momento.
Llegó la quinta primavera y un también quinto palomo golpeó su corazón y su puerta.
Lindos vuelos, hermosos atardeceres, amaneceres de fuego. También lluvia y también arrumacos.
"Parece"...se decía la paloma..."sólo parece".
Una buena mañana, el palomo tomó coraje y llegó hasta la casa de su amada. La intención, proponerle formar una familia. Fuerte intención.
Obligatorio ramo de flores en mano, ni bien ella abrió la puerta, él se abalanzó torpe a tratar de explicar lo obvio. Ella lo sabía y el también sabía que ella lo sabía, razón por la cual se entrecruzaron palabras balbuceadas y finalmente, llegó el beso y con el beso el sí. ¡Todo un logro!
El palmo pasó, ella le invitó un té. Él aceptó. Ella lo sirvió y charlaron. Largo rato. De planes, de miedos, de esperanzas.
Las flores estaban mientras tanto sobre el sillón, y allí quedaron.
Al cerrar la puerta, la torcaza sintió después de muchos años que algo trascendente en su vida había pasado: ¿otra vez el amor?. Amor de ese que a ella le gustaba y deseaba vivir. ¿Era posible?.
Levantó la mesa, acomodó las sillas y al pasar por el living vio las flores en el sillón. Rápido se dispuso a buscar el florero, pero claro, aquellas rosas marchitas del mensajero todavía estaban allí. Dudo. Dudó mucho y finalmente volvió a colocarlo en su lugar. Seguramente encontraría otro recipiente.
A la mañana siguiente, tres o cuatro nuevas rosas se habían caído del vaso que improvisaba florero. Las contempló con pena pero claro, ya no había nada que hacer: estaban marchitas.
Se acercó nuevamente al florero decidida esta vez: tendría que cambiar las flores. Pero los años no habían pasado en vano. Dudo. Dudo mucho otra vez.
A la tarde ya seis flores había perdido y entonces ahí sí tomó la decisión.
Primero se encaminó decidida a tirarlas, luego, cuando las tuvo en la mano, buscó un gran libro en la biblioteca y colocó las más enteras entre sus hojas.
Desocupado el florero nuevamente el living se llenó de aroma y color.
Nuevamente se llenó su vida, de amor.


Moraleja:
Mientras los recuerdos - por buenos que sean - no estén en su lugar, te pueden impedir vivir en plenitud el presente.


La Pascua también es tiempo para esto. Para pedirle a Jesús que nos ayude a vaciar los floreros, en la certeza de que Él guardará en el mejor lugar las flores marchitas. Así quedará lugar para la vida. Así los recuerdos serán historia dulce, y no, carga.
Gracias, P. Luis por haberme invitado a rezar estas cosas.
Gracias Señor, por tener siempre dispuesto un pastor para tu rebaño.
Pablo Muttini

abril 11, 2006

¿Dónde estaré los próximos días?

Pensaba antes en el grito. En el gritar desde la multitud ¡Crucifíquenlo!.
Confieso que me dolió bastante reconocer cuántas veces lo grito; entonces, voy tratando de buscar otro lugar. En principio otro por lo menos. Otro diferente que nos sea, claro está, el lugar del que lo flagela o del que lo crucifica.
Quizás me quede entre la multitud viéndolo pasar una vez más, pero no, quiero llegar al lugar sencillo del pecador.
Al lugar del error, no al de la maldad.
¿Será mucho pedir?
Quiero sentirme plenamente equivocado en mis errores.
Llegar al lugar del pecador arrepentido o vergonzante. Del que se esconde o bien del que siente con el corazón rasgado que se está viviendo una verdadera atrocidad.
Al lugar de ese pecador que al verlo sufrir, se sorprende y siente que ese sufrimiento lo representa y redime, y que el domingo, confirma que ese sufrimiento lo representa y resucita.
Vivir esta Pascua con inocencia.
Sorprenderme con el convite de la cena.
Pedirle que no me lave los pies.
No entender qué me quiere decir.
Verlo partir hacia el calvario y desear estar en su lugar...pero no poder, por no querer.
Entre medio, redimensionar mi vida.
Frente a cada latigazo, redimensionar mi vida y mi muerte.
Frente a cada dolor, arrepentirme de tantos dolores que he infringido.
Frente a la cruz desear mi muerte en vez de la suya...pero no entregarme.
Frente a la resurrección, agradecer su entrega y renovar mi vida.
Una vida que lleve a la vida.
Ya vendrá el tiempo de otras cosas.
Ya llegará Pentecostés.
Ya Él me dará la fuerza para poderlo contar.
Por ahora, sencillo: desde el lugar del pecador arrepentido, intentar una Pascua distinta.
Pablo Muttini

Comentarios

Si alguien quiere hacer comentarios, bienvenidos. Ya está solucionado el tema y ahora es más sencillo.
Simplemente, luego de llenar el campo de texto, fíjense debajo que dice "Elegir identidad". Allí hay que tildar la opción "otros" y automáticamente se habilita el campo para ingresar nada más que el nombre.
Gracias y seguimos en contacto.
Una más: me alegra mucho que tantos se hayan "prendido". Será de Dios si este espacio sirve para que podamos reflexionar y crecer.
Abrazo
Pablo

...desde La Trapa, Cefe, el monje...

El querido hermano Ceferino, desde el Monasterio Trapense de Azul, se "prendió" rápidamente al blog y aporta esta reflexión. Que la disfruten!


El Reino y la sabiduría del Descanso
(Borrador privado corregible: 22/01/06: Domingo III, Mc 1, 14-20)

El Reino de Dios se ha acercado. Retornen al Padre y crean en la Buena Noticia. El Reino oculto ahora como una semilla, pero con la energía prodigiosa de comenzar a transfigurar a quien se convierte, o sea, cambie su manera de valorizar las cosas retornando a Dios, por la obediencia de la fe en el Misterio de la Buena Noticia que anuncia Jesús el Judío; caminando junto al lago, por esa Galilea marginada del Imperio y aún de Israel.
El griego de Marcos para conversión es metánoia: transmentalización, Jesús, tal vez la dijo en arameo Shuv: Retornar. Para los judíos retornar a Dios marca la libertad y la Alianza. Para los griegos cambiar de mentalidad marca lo personal y racional; ambos conceptos se integran en esa Galilea de los gentiles, fronteriza y liminal con tantas lenguas.
Aquí Jesús, aunque en forma velada para evitar falsas interpretaciones del Reino, nos está diciendo que su forma de vida es mesiánica, él es el Cristo, el Ungido con el Espíritu, para proclamar el Evangelio o la Buena Noticia de una esperanza gozosa, histórica y trascendente. Toda la vida de Jesús es incomprensible sin este mensaje del Reino de Dios que es Amor de entrega hacia todos los seres humanos y el universo para liberarnos de la mentira, la malicia, y la fealdad introduciéndonos en la Nueva Creación de su Reino.
Y una de sus Buenas Noticias que hoy necesitamos con urgencia los hombres en este inicio del siglo XXI es la del Descanso, para liberarnos de la mentira del trabajo excesivo ansioso urgente hiperquinético eficientista y existista; de la malicia del cansancio depresivo que llega al 40% en ciudades, que mina la salud, destruye las relaciones familiares y corroe la espiritualidad; y de la fealdad de rostros tensos, tristes preocupados, hoscos y agitados.
Porque en mi rostro está todo. Mi historia, mi madre, mi padre, mis abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, y hasta toda la historia de la evolución genética, en cromosomas con designio inteligente, desde los minerales vegetales y animales. Mi rostro muestra mi temperamento y carácter, las cosas buenas y malas que he recibido de mis antepasados. En que ambientes y culturas me he movido. Y que opciones libres, de vicios y virtudes, hice en el camino de mi vida, la calma y el gozo sereno y saludable o el desasosiego angustiado y enfermizo.
Muchos hemos olvidado el tercer mandamiento: Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu Dios. No harás ningún trabajo, porque el Hijo del hombre es Señor del sábado.
Como ya murió, puedo contarles que una vez escandalicé a un hermano monje cuando le dije, mientras él dormitaba, que yo no sabía descansar, que era imperioso que aprendiera a descansar. Siendo yo el más vago en este monasterio me miró estupefacto, me lanzó una mirada de conmiseración y exclamó: Nunca te vi extenuado, sería mejor que trabajaras mucho más, los trapenses no tenemos vacaciones, sólo descansamos cambiando de trabajo.
Le retruqué, ya que nos queríamos: No hay dos rostros iguales. Es verdad, en seis días el Señor hizo el cielo y la tierra, pero el séptimo descansó. Yo era esclavo en Egipto, pero Dios me liberó con mano fuerte y brazo poderoso, y me mandó guardar el descanso del sábado. Me concedió un respiro, un día de protesta contra las esclavitudes del trabajo, el culto al dinero y al mercado salvaje. El Descanso es también signo de la Alianza, como lo es el arco iris, la circuncisión o la Eucaristía. Y la mística quietud también es cisterciense.
Pero él, al terminar su sueñito trapense, pontificó zanjando: Te basta el Domingo. Decidí no seguir su consejo, porque soy monje presbítero, y los Domingos, de por sí Días del Señor, en la Misa, la alegría y el ocio, son los días más agotadores para los que ejercemos el sacerdocio. Y yo debía trabajar: Para hacer que también los demás, sobre todo los pobres, recobraran aliento. Y descansar: Las vacaciones diarias, mensuales y anuales son salvíficas.
Una cierto consumismo nos ha hecho centrarnos en el esfuerzo del tiempo productivo olvidando que su sujeto y sentido no puede ser otro que la persona, armoniosa en su trabajo y contenta en su descanso. Hoy casi nadie es reconocido por su capacidad de reposar, contemplar, dialogar con sus amigos, pasear con ocio creativo, jugar, no hacer nada. Si no se está haciendo algo redituable con apremios y esfuerzos, uno es un inútil o un subsidiado. Podemos equivocar los caminos de la sabiduría del Reino: No conocieron mis caminos, por eso dije jamás entrarán en mi Descanso. No obstante si Hoy escuchan mi voz podrán entrar en ese Descanso. Porque si Josué hubiera introducido a los israelitas en el Descanso, Yo tu Dios, no habría hablado de otro Hoy. Queda reservado un Descanso para el Pueblo de Dios. Y aquel que entra en el Descanso de Dios, descansa de sus trabajos como Dios descansó de los suyos. Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán el Descanso para sus psicologías estresadas, la enfermedad del siglo. El Reino de Dios se ha acercado. Dejemos de evadirnos de nosotros mismos y retornemos al Evangelio del Descanso: Transparentaremos algo más el Rostro de Cristo nuestra quietud.

abril 10, 2006

Llegando a la Pascua

¡Crucifíquenlo!

No solo tengo que morir con Cristo.
No.
La Pascua no es tan sencilla.
¿Sencilla? ¿Morir al pecado es sencillo?. No
Pero es más difícil aún dejar de gritar ¡Crucifíquenlo!
Ojala fuéramos simplemente pecadores.
Dios mediante, podríamos convertirnos en pecadores arrepentidos y tendríamos Pascua y paz.
Ojala.
¡Crucifíquenlo!
Eso suena fuerte.
¡Crucifíquenlo!
Desde nuestra vida, muchas veces somos más que pecadores; somos agitadores y promotores de la muerte de Cristo. De todas las muertes.
Muertos matando.
¡Crucifíquenlo!
Un paso superador de la maldad: ¡Crucifíquenlo!
Jesús me sigue incomodando hoy.
¡Crucifíquenlo!
Grito ¡Crucifíquenlo! seguido.
Lo grito de mil formas distintas.
Lo grito y grabo en corazones, memorias, personas.
¡Crucifíquenlo!
A Jesús no lo mató el pecado del mundo: lo mató nuestro grito, expresión de un equívoco todavía vigente.
¡Crucifíquenlo!
El pecado es inofensivo para Dios. Él puede vencerlo y lo venció. La muerte, expresión máxima del mal, reino del Príncipe de este mundo, es inofensiva para Él.
¡Crucifíquenlo!
Mato y peco.
Cuando grito mato y peco.
Siempre mato.
Detrás viene Cristo pintando de Pascua. Pero yo mato e insisto.
¡Crucifíquenlo!
Te ignoro y grito.
¡Crucifíquenlo!
Te abandono y grito.
¡Crucifíquenlo!
Te discrimino y grito.
¡Crucifíquenlo!
Te pisoteo, te burlo, te exploto, te pego, te insulto, y grito.
¡Crucifíquenlo!
Pecar es casi un error. Hasta podría decir, un error pasivo.
Gritar ¡Crucifíquenlo! es mucho más que eso. Es aceptar formar parte de la multitud y desear la muerte de Jesús. Tu muerte. Muerte verdadera y sin Pascua. Muerte final.
Gritar es insistir encaprichadamente y promover un estado de cosas que no nos cuestione, que no nos movilice, que no transforme el mundo.
Jesús sigue muriendo hoy no por causa de nuestros pecados, sino lo que es más grave, por causa de nuestro grito.
¡Crucifíquenlo!
Claro que vuelve a dar la vida.
Sin duda que carga con nuestros dolores, horrores, errores, culpas y heridas, pero lo vuelve a matar, lo machaca y clava en la cruz, nuestro grito.
¡Crucifíquenlo!
El primer desafío a enfrentar en Pascua debería ser dejar de gritar.
El pecado tiene remedio. El grito no.
Prefiero a Barrabás: él no me cuestiona.
¡Crucifíquenlo!
Como humanidad, cuando acepto pasivamente una desigualdad descarnada, grito
¡Crucifíquenlo!
Prefiero a Barrabás: yo soy mejor que él.
¡Crucifíquenlo!
Como argentino, cuando esquivo esa desigualdad descarnada y la miro detrás de una ventanilla o por sobre el alambrado de mi casa, grito ¡Crucifíquenlo!
Como hombre, cuando privilegio mi propio interés al de mis amores, cuando abandono dulcemente a mi familia, cuando no les presto atención, cuando los desatiendo, cuando los traiciono, grito ¡Crucifíquenlo!
Como Iglesia, cuando me contento pensando que estoy del lado de los salvados, grito
¡Crucifíquenlo!

Y finalmente se cumple.

Finalmente llega la Pascua, no por el pecado, sino por el grito.
La Pascua lava el pecado, pero el grito sigue. Y más fuerte.
Grito al aceptar y promover la explotación del hombre.
Al permitir y deleitarme con la cosificación de la mujer.
Al consumir como un enfermo.
Al ambicionar más de lo que podría gastar en tres vidas.
Grito.
Si soy deshonesto, grito.
Si te mato la esperanza, grito.
Si, grito mucho. Demasiado se escucha el atronador ¡Crucifíquenlo!
Quizás debería pedir en esta Pascua que Jesús me ayude a ser nada más que un pecador.
Seguro tengo que pedir en esta Pascua, que me regale la fuerza para vencer los deseos de gritar.
Que me saque de la multitud.
Que me tape la boca.
Que me amordace. Así mi corazón deja de desear el grito, y comienza a vivir la paz.
Que la Pascua me regale la paz del silencio.
Dios quiera que podamos parar de gritar.
Se terminaría la muerte.
Ganaría la vida y no tendría necesidad de probarlo más.
Ya no sería necesario morir para poder resucitar.
Estaríamos vivos.
Vivos.

Pablo Muttini