diciembre 04, 2010

¡Vas a ver cuando venga papá!

Rezando con Mt 3, 1-12

Cuántas veces escuchamos esto en casa, o de chicos o de grandes.
Alguien tiene que poner orden y ya para quién está en el día a día, eso se convierte en una tarea ímproba.
Poner orden.
Poner orden, también puede estar expresando nuestra propia necesidad de que el otro se haga cargo del modo en el que nosotros no podemos hacernos cargo.

Juan venía siendo fiel a aquello que Dios le revelaba en su corazón pero que él, no lograba del todo descifrar. Sí tenía claro algo…era tiempo de poner orden y en su fidelidad, miraba hacia atrás y reconocía el modo en el que Dios había estado poniendo orden hasta el momento. Lo del hacha es muy duro pero eso esperaba Juan: que Papá viniera a poner orden.

Jesús le cambia el paso.
Dios cambia el paso en Jesús y Jesús, muestra su nueva estrategia.
No más castigo a los poderosos. Desde el primer día, los poderosos pese a los castigos, seguían haciendo opciones equivocadas, y en cada opción equivocada, dejando como se dice hoy, “daños colaterales”, vidas, miles de vidas sometidas a la oscuridad.
Lo transformador de Jesús, es precisamente en quiénes hace foco. Ya no más tratar de torcer el brazo de los poderosos (vencerlos, en definitiva, sería cercenarles la libertad). Para ellos habrá otra instancia.
No más. No por ahora.
Algo es más urgente.
Hay muchísimo trabajo por hacer y es a eso justamente a lo que viene a dedicarse.
Jesús viene a rescatar a los que ya no pueden hacer más opciones.

Con Juan se cierra todo un tiempo de relación de Dios con el hombre. Último profeta, es el último que va a tientas tras la intuición de Dios.
La venida de Jesús marca una nueva relación. Nueva Alianza.
Jesús se hace presente de un modo preferencial a los que sufren, porque los que sufren no pueden optar. A fuerza de haber sido machacados en el sufrimiento, quedan imposibilitados de vivir la plenitud de la libertad.

Libera del sufrimiento a aquellos que al reconocerlo, toman la primera decisión acertada de sus nuevas vidas que consiste, ni más ni menos que en decirle SÍ.

Antes y después de Cristo.

Jesús viene a rescatar a quienes creen que ya no pueden.
A quienes sienten que está dicha la última palabra.
A quienes todos les dicen que está dicha la última palabra.
A quienes todos les dicen que muy pronto, en su vida, estará dicha la última palabra.

¡Vas a ver cuando venga papá!
…y Papá vino, pero no a castigar, no a retar, no a poner en penitencia.

Papá vino a abrazar, a contener, a sanar. A recibir al equivocado, a buscar al perdido, a devolver la salud, la paz.

¡Vas a ver cuando venga papá!
Y Papá vino. Pero de un modo diferente.

En vez de poner las cosas en orden, devuelve la vida, que es muy superador a poner orden. Orden está subsumido en vida. Vivir la plenitud de la Vida, es mucho más que vivir ordenadamente. Jesús trae la plenitud y el orden viene en las alforjas de la plenitud; como la justicia, como la paz, como el amor.

De entre todos los “sin opción”, sin duda un grupo muy importante de ellos despertó en Jesús una predilección particular: los enfermos.

Aquellos a quienes se les presenta el futuro como muy incierto o bien, con un grado de “certidumbre” casi irresponsable, sentenciando y simplificando el tiempo por vivir a días, diagnósticos o estigmas.
Salud, para Jesús es otra cosa.

¿De qué querés ser curado? ¿Qué querés que haga por vos? Cosas así se le escuchan decir a Jesús frente a ciegos, paralíticos, leprosos.
Tus pecados te son perdonados…También frases como ésta, desconcertantes por lo acertadas.

Jesús ve al hombre de un modo integral y siempre lleva la salud (vida) allí donde se agazapa la verdadera muerte.

Porque la vida que se anticipa en el Adviento viene con todo y viene para vencer a la muerte, no importa cuál de ellas, pero siempre a la muerte que mata, justamente la muerte que venció Dios, en Jesús, al momento de decir la que hasta ahora sí, viene siendo la última palabra. VIDA

noviembre 17, 2010

Batalla final

Rezando con Lucas 23, 35-43

Jesús elige lo bueno aún en tiempo en que lo bueno era considerado malo.
¡Arriesgadísimo!
Rompe sus propias ataduras para entregarse a la búsqueda de la verdadera Verdad, y así, inaugura un Reino que no es de este mundo pero que sí, es el único que puede salvarlo.
Se arriesga muchísimo Jesús.
Nosotros vemos solamente cómo se arriesga a la cruz, pero antes, constantemente había estado arriesgándose a la muerte.

Antes que a la cruz, Jesús se arriesga al pecado.
Se zambulle en la humanidad hasta el límite de lo desconocido.
Deja la seguridad de su mundo, de su tiempo, de sus certezas, de su ley, y se arroja en las aguas profundas y oscuras de la transgresión (pecado de su tiempo) para salvar a los que estaban a punto de morir.

Cada curación, cada encuentro, cada mesa compartida a favor de la vida fue para Jesús arriesgarse a lo desconocido sólo dejándose guiar por la intuición de un corazón que le permitía intuir la Verdad. Zambullirse de mil modos en la muerte siempre buscando la vida.

Cada curación, cada encuentro, cada mesa compartida, cada perdón, cada abrazo, un chapuzón incierto pero siempre imprescindible.
Primero entre los primeros.
Caminando en un campo minado para salvar a los suyos.
No pecó, no porque no se haya arriesgado, sino, porque siempre logró encontrar la Verdad y en la Verdad, la verdadera libertad. Nuevo Adán de opción acertada.
Jugó su Reinado en cada esquina y lo jugó hasta tener que apostar todo e incluso, al punto de perder todo: amigos, discípulos, amores. Seguía la Verdad. Tenía que seguir. Nunca dejar de insistir.

Último minuto. Último chapuzón. Última jugada.

Sobre el final se vuelve a vislumbrar la victoria.
El primer ciudadano del Reino se abre paso mientras padece la misma aparente derrota.
Creo en vos, estoy con vos, ¿puedo acompañarte?...necesito creerte para sentir que no está dicha la última palabra. ¡Te creo!

En la primera línea frente al enemigo un diálogo.

Mientras la muerte cree asestar el golpe final, Él desclava su mano y toma la del primer ciudadano por derecho propio.

Hoy vas a estar conmigo.
La muerte era la puerta.
La muerte no lo sabía.
Mil escaramuzas, siempre vencida. Creía haberlo tomado por sorpresa.
No lo sabía.
Jesús tampoco, pero seguía al frente.
Hasta siempre. Hasta dar todo.
Se rasgó el velo del Templo.
El Dios de la Vida estaba atento.
Liberado de su encierro se lanza a su encuentro para el acto final.

Los hombres lo habían encerrado y sólo los hombres tenían en sus manos la decisión de liberarlo. Ese era el último bastión al que sólo se llegaba arriesgando lo único que no se podía perder.
Tenía la corona en sus manos, y lo coronó.
Todos los que lo habían seguido entendieron. Mucho después, pero entendieron. No habían comprendido cómo un Rey siempre era el primero, para ser el último; cómo, siendo el más importante, se ponía en primer lugar a la hora de la batalla.

Ejemplo.
Modelo.
Camino, Verdad. Vida.

Mil batallas peleó Jesús con la muerte, hasta que en la última, finalmente ganó.
Querido Jesús, dame el valor de seguirte; de seguirte en serio.

Amén.

octubre 28, 2010

28/10/2010: Día extraño

Somos lo que hay y eso es un tesoro.

Frente a la muerte, en la desnudez del dolor, la desprotección de la orfandad o la sorpresa del vació o la liberación (y hay mil modos más de sentirla), lo que nos apabulla y golpea no es otra cosa que la sencillez de la realidad.

Una noticia preanunciada mucho antes de nuestra propia existencia, sigue tomándonos por sorpresa siempre, irremediablemente; la muerte sorprende y golpea. Marca hitos. Cierra y abre etapas. Impulsa o retiene. Marca. No somos los mismos después, como tampoco lo fuimos antes de que esa persona pasara por nuestras vidas.

La muerte condensa en un instante esos cambios y los hace irrumpir en nuestro mañana de un modo siempre imprevisto.

Nadie está lo suficientemente preparado ni para partir ni para ver a los demás partir.

La realidad, con su sencillez apabullante, sin embargo, en algún momento nos muestra que aquello que es, finalmente ha sido, aunque nunca hubiéramos querido o podido aceptarlo.

¿Por qué voy reflexionando esto hoy? Porque también yo, en lo personal, vivo esta muerte de Néstor Kirchner con la misma perplejidad con la que fui pudiendo vivir todas mis demás muertes; en distintas intensidades y perspectivas, pero con la misma perplejidad.

La muerte no se puede resignificar sin animarse a entrar en la realidad.

Somos lo que hay. Fuimos lo que hubo. Aciertos, errores, amores, odios, éxitos, fracasos, luces, sombras. Humanidad y divinidad unidas. Cielo e infierno. Pasión y límites. Gracia y carga. Todo esto condensado en proporciones diversas más o menos felices, pero siempre mixtas. Fuimos lo que pudimos ser. El otro, el que partió, también fue lo que pudo ser. Finalmente, fue quien fue, así, íntegro, repleto de todos eso que lo constituyó.

Esa es la realidad que nos muestra la muerte. Realidad que, Jesús vino a transformar y que Dios luego, tuvo que sellar con la Pascua: no estaba dicha la última palabra. La última palabra de la muerte, la que termina por dirimir la discusión, a partir de Jesús es VIDA.

Frente a esta experiencia, siempre repetida y siempre inédita, hoy se me ocurren algunas pistas que comparto por si suman:

1º Agradecer. Sí, agradecer. En este caso, por lo pronto, Néstor Kirchner tomó sobre sí una responsabilidad que millones de argentinos preferimos siquiera intentar asumir; y lo hizo lo mejor que pudo seguramente. Y puso lo mejor de sí, sin dudas. Agradecer. Alguien que se carga al hombro tamaña empresa, más allá de cualquier bandería, ideología o postura, no puede haber pensado sólo en sí mismo. Agradezco que haya dicho que sí, y se haya hecho cargo.

2º Reconcilarme. Nada de lo pendiente puede seguir pendiente. Lo pendiente, después de la partida nos deja más ligados a la muerte que a la vida. No más pendientes. Ruego a Dios por su misericordia, con la misma humildad con la que rogaré para recibirla el día en que yo parta. Soy igual a Néstor. Idéntico. Y sólo yo, mirando mi vida y mi corazón, puedo leer cuántas veces con excelentes intenciones causé daño y cuántas otras, sin la menor pizca de intencionalidad, obre bien. Mi corazón es igual al de Néstor. No me conocía, pero sin embargo, en este punto nos conocíamos mucho. Reconciliación. Todo lo demás es muerte. Sigo pensando que ésta no tiene la última palabra.

3º “Pascualizar” el pasado. Neologismo este ensayado por un hermano sacerdote, con el que quiso (con éxito) acompañarme en la partida de mi madre. Pascualizar, según él, tenía que ver con atreverse a poner todo, pero todo, a la luz transformadora de Dios, justo en el momento en el que parecería ser que lo que manda es la oscuridad.

Lo bueno, naturalmente, trasciende por sí solo. De la historia, lo bueno se eleva al cielo. No necesita mucho más.

Complicada viene la mano con lo que es malo, considero malo o solamente pude vivir como malo.

No puedo aquí dejar de pensar en la paternidad.

Modelos. Experiencias. Ensayo y error. Vidas entregadas y gastadas en abrir caminos no siempre conducentes.

Observo la historia entonces con la mayor objetividad que mi subjetividad me permite, y sin intentar (por favor no) creer que conozco la verdad, miro los hechos negativos buscando en ellos también las oportunidades de cambio que representan de ahora en adelante para mi vida.

La vida del otro, entonces, es para mí camino.

Mucho de lo hecho, dicho, acertado o errado, es para mí aprendizaje.

Su vida agotada de presente, es ahora para mí, vida nueva en propuestas nuevas.


Decía al principio, somos lo que hay y eso es un tesoro.

Dios nos ilumine para ver en cada uno ese tesoro.

Dios nos ilumine para que podamos crecer en el compromiso.

Dios nos ilumine para que asumamos nuestros roles poniendo en ellos la vida.

Dios nos ilumine para que seamos signos de conciliación y reconciliación; para que nunca callemos y busquemos la verdad; para que la primera persona siempre sea un “vos”; para que abramos caminos; para que sepamos volver cuando nos equivocamos…Dios, hoy desde la Pascua de Néstor y mañana desde las enésimas Pascuas, nos siga iluminando.

No se si todo esto es lo que “había” que decir o pensar hoy, pero sí, tengo la certeza que es lo que me trajo paz, por eso lo comparto.

agosto 21, 2010

¿Estamos preparados para esto?

Rezando con Lc 13, 22-30

Hoy me tocó predicar este Evangelio a algunos de los "últimos" y me aclaró bastante el corazón.
Cada día hay más últimos a nuestro alrededor.
Últimos que han quedado retrasados, o bien, últimos que hemos dejado atrás, de lado, fuera.
Todo viene bien para dejar gentes en el camino; lo importante es estar primeros.
Ser último hoy es cosa de tiempo para muchos y para otros, realidad irrefutable, casí condena inapelable.
Cuando Jesús habla de últimos, lo hace, a la luz de sus gestos, con una literalidad tremenda.
Mientras enseña a sus amigos a vivir como Dios manda, va encontrando últimos y los va haciendo los primeros.
No dice nada nuevo en este pasaje San Lucas, simplemente pone en palabras la opción de Jesús que tanto agigoneó a los primeros de su tiempo, al punto de costarle la Cruz.
Y quizás, por esto nos cuesta tanto a muchos siquiera pensarlo.
"Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos".
Muchos miramos la vida desde nuestro lugar de primeros.
Entendemos la realidad desde los primeros lugares.
Creemos que estar primeros es nuestro mérito y por eso, estas posiciones privilegiadas no nos pueden ser quitadas.
Jesús pasa su vida recogiendo últimos.
Mujeres, niños, leprosos, paralíticos, ciegos, pecadores, paganos...muertos. Todos últimos. Últimos que sistemáticamente pasa al frente de la fila. Últimos que por el dolor o las heridas, tuvieron la fe de reconocerse últimos pero nunca perdieron la esperanza. Es la fe la que salva siempre en estos encuentros. Fe que está por delante del yo de cada uno y que ya ablandó la coraza del "puedo solo" al punto en que pueda pasar el Amor.

Puedo hacerme último todavía. Puedo, en realidad, reconocerme uno de los enésimos últimos todavía. Tengo que aceptar dejar de ser de los primeros. Necesito humildad. Cantidades industriales de humildad para poder entender y asumir que no soy mejor que nadie, que no logré salvarme por mis obras, que no soy ni más bueno, ni más santo. Que aquello que tanto disfruto lo recibí gratis y que mucho de lo que sufro, es obra de mis propios límites. Puedo todavía, tal vez en un encuentro profundo con Él, sin que nadie me vea y sin que nadie me oiga, decirle, "Querido Jesús, te necesito". El milagro estará hecho. Habré bajado varias posiciones en la tabla ya no entenderé este Evangelio como una advertencia, sino lo que es mucho mejor, como un canto de esperanza.
¡Querido Jesús, te necesito!
Amén

enero 26, 2010

Volver

Bueno, esperemos ahora sí poder volver.
Mucho tiempo sin escribir y los dedos van perdiendo el ejercicio de expresar lo que se siente.
Pido perdón a quienes tenían el hábito de pasar por aquí y de pronto, dejaron de tener lectura fresca. Dios mediante, este año voy a retomar esta buena costumbre del compartir.
Por algún extraño fenómeno tecnológico, perdí todos los enlaces de blogs amigos; también intentaré recuperarlos.