mayo 24, 2006

Esperando al Mesías

Si alguna vez intentáramos cambiar el mundo, el mundo cambiaría.
Si dejáramos de hablar de los pobres y nos dedicáramos a hablar con los pobres, el mundo cambiaría.
Si dejáramos de hablar de los pecadores y habláramos con franqueza de igual a igual, el mundo cambiaría.
Si pensáramos que vos también tenés derecho a veranear dónde yo veraneo, tomar el vino que yo tomo, manejar el auto que yo manejo; que a vos también te gusta vestirte bien, dormir en una cama caliente y comer variado, el mundo sería distinto.
Si fuera tan educado con el chico que se me acerca a la ventanilla como lo soy con el poderoso...
El mundo no cambia porque nosotros no lo cambiamos.
El mundo no es sordo, lo que sucede es que no tiene a quién escuchar.
Estamos mudos. Él no está sordo.
De vez en cuando un grito no es clamor.
De vez en cuando una Madre Teresa no es multitud.
El mundo sigue la ley natural: pez grande que se come al chico; carnívoro que almuerza herbívoro, y allí vamos. Y así estamos. Pero está mal. Pero es normal. El hombre debe seguir la ley de Dios, y sin embargo, vive según la ley natural.
Ayer hablaba de anuncio, hoy me siento llamado a hablar de denuncia, de profecía, entonces, entiendo todo.
En la denuncia leo martirio.
Entiendo el silencio porque se me ilumina el “vine a traer la espada”. Entiendo así y solo así la veneración de la cruz del Cristo muerto.
Porque el cristiano mudo es el cristiano que llegó tarde al calvario y se quedó viendo el espectáculo. La masa que entre dolida e intrigada pasó frente a la cruz vacía y ensangrentada. La multitud que escuchó eso de la resurrección como un cuento. El grupo que le gritó borracho a Pedro.
Entiendo el Código Da Vinci y entiendo la búsqueda a ciegas.
Si nos creemos que estamos llamados a ganarnos el cielo, vamos mal.
¿Ganarnos? ¿Qué deberíamos hacer para comprar a Dios?.
Jesús no vino a ganarse el cielo: vino a cambiar el mundo y nosotros, somos seguidores de Cristo. Continuadores. Imitadores. Deberíamos constantemente vivir el desafío del cambio posible. Lo del cielo es cosa de Dios. El mundo deshumanizado es cosa nuestra.
La injusticia no es obra de Dios. La iniquidad tampoco. El odio, la envidia, el abandono, no son obra de Dios.
Jesús vino a mostrarnos cómo vencer esos flagelos y nosotros, después de dos mil años seguimos simplificando el plan. Trajo el Reino para comenzar a vivirlo hoy, y nos quedamos en la anécdota.
Nos merecemos el Código Da Vinci.
Quizás los muchos millones de lectores y muchos millones de espectadores, estén esperando al Mesías.
Se ve que no pudimos todavía mostrarles a Cristo.
“Hagan esto en memoria mía”.
¿Qué nos rememora comernos a Cristo? ¿Qué mueve en nosotros? ¿A qué Cristo volvemos a la vida al permitirle hacerse vida en nosotros?.
El pueblo, en tiempos de Jesús, esperaba otro Mesías; uno que lo liberara de todos los sufrimientos y toda opresión. Quizás hoy nosotros estemos igual y sigamos esperando.
Espera rara: cruzados de brazos contando cosas lindas. Esperando también al Mesías poderoso que nos libere de nuestras más ligadas ataduras. Que nos libere Él.
Esperando un mago.
Esperamos en vano.
Matamos y morimos en vano.
El Mesías ya llegó.
El Cristo ya está entre nosotros. Ahora hay que actuar.
El que tenga oídos para oír que oiga.
Afuera, hace rato que hay llanto y rechinar de dientes.
Si nosotros no cambiamos el mundo, el mundo no cambia. No es maldad, es que no sabe cómo.
¿Vos, podrás cambiar tu mundo?

Pablo Muttini