enero 21, 2008

Cordero - Agnus Dei

Somos seguidores de ese Jesús. El único, el primero en todo. El que amo primero, se entregó primero y primero salio al encuentro de los perdidos, abandonados y equivocados. Ese es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. También es el Esposo que ama a la esposa y se entrega por completo. Aquel que ama tanto que se pierde de vista para solo ver al que ya perdió las ganas de vivir.
Cordero de Dios.
Gesto de máxima disposición y coherencia total.
Amor sin limites expresado en el limite ultimo de la existencia y el vacío. Puesta a prueba absoluta de la fe aguijoneada por el miedo y el desconcierto.
De la misma boca que sale la confianza sale el temor que vuelve a hacerse ofrenda.
El cordero ofrenda toda su humanidad hasta el límite último del no saber pero confiar.
Cordero de Dios.
Antes, ofrendas de los hombres siempre incompletas. Desde Cristo, única ofrenda aceptada y aceptable por Dios. Enseñanza, camino verdad y vida, dirá Él. Basta de pruebas, certezas.
Una entrega definitiva y definitoria.
Solo un modo de aquí a la eternidad para agradar a Dios.
Solo un sacrificio.
Uno, enésimo.
Darse.
Entregarse, agotarse, extinguirse, anonadarse.
Ya no un cordero, una paloma, una limosna.
Todo, uno, integro.
Hacerse ofrenda al modelo de Cristo y no dejar nada reservado o escondido. Y todo implica todo: humanidad, virtud, defecto, acierto, pecado, limite y gracia. Humanidad repleta de humanidad celebrada por Dios y elevada por Cristo a la filiación divina. Divinidad, antes lejana y hoy tan próxima que nos invita dulcemente a decir Papá, hermano, hijo.
Exclusión de la excusa.
Fin de la inutilidad del rito.
Comienzo de una relación de verdad verdadera que tiene como punto de partida la expresión más humana de la divinidad.
Cordero de Dios.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo.
Entrega que es síntesis.
Riesgo final asumido libremente desde la estrechez humana que nos muestra verdaderamente quienes somos, a que estamos llamados, de qué somos capaces y fundamentalmente, que somos tan imprescindibles como amados, tan importantes como irrepetibles, tan irrepetibles y tan necesarios que Dios llega al limite de darse como ofrenda para que tengamos vida...y vida en abundancia.
No nos manda a salvar. Él mismo se arroja al mar del pecado, del dolor y el sin sentido para hacerse rescate de todos. Y dice todos. Él dice todos. Todos ayer, hoy y siempre.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
Cordero de Dios que nos liberaste de la muerte.
Cordero de Dios que nos volviste a la vida.
Cordero de Dios que nos recibiste enfermos.
Cordero de Dios que nos abrazaste arrepentidos.
Cordero de Dios que nos perdonaste pecadores.
Cordero de Dios que nos alimentaste hambrientos.
Cordero de Dios que nos hiciste volver a caminar.
Cordero de Dios que nos sanaste la ceguera.
Cordero de Dios que nos invitaste a la fiesta.
Cordero de Dios, ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo...danos la paz

Amén

Rezando con Jn 1, 25-37