diciembre 30, 2006

Culpables

Confieso que me asustó bastante.
2006 se despide con un ahorcado.
La palabra es "susto". Por todo.
¿ alguien apetece otro canibal...?
Dios nos ayude...por todo.
Dios nos perdone...por todo.
Amén

diciembre 28, 2006

Inocentes

Herodes decapitó inocentes por miedo a perder su poder.
¿Cuántas inocencias e inocentes habré decapitado yo para conservar el mío?
Ven Señor Jesús.
Amén

diciembre 27, 2006

Ya pasaron tres días

Frente al recién nacido hay dos momentos muy marcados:
La contemplación y la acción.
Los bebés son de una hermosura inusitada para los adultos.
Sus proporciones, su piel, su fragilidad contrastan la vida que les estalla dentro.
Contemplación.
Mirar el milagro.
Un lugar imperdible.
Pero todo esto no sucede mágicamente. El recién nacido requiere de un cuidado constante, esmerado, dedicado, casi excluyente. No es sencillo tener un recién nacido en casa. Las noches, por lo general (y con suerte), se duermen de a ratos; el llanto avisa de cualquier incomodidad y gatilla preocupaciones y dudas respecto de qué hacer; se cambian pañales, se limpia, lava e higieniza al niño... mucho trabajo, mucho.
Cuando llega la visita...impecable. Pero en los ratos de intimidad...¡cuánto para hacer!

Volviendo al trabajo después de un Adviento bien de Dios, de pronto siento que fuí visita. Algo así como si hubiera ido a ver a María y José al pesebre, me hubiera maravillado contemplando al Niño y después, de vuelta a “mi realidad”. Pero algo me falta: mi realidad es pobre sin Él...pero tengo tanto que hacer...¡traer un recién nacido es mucho trabajo!... mucha dedicación, mucho cuidado. Ya estoy grande para esto; ya criamos tres hijos en casa...¡otra vez los pañales, otra vez no dormir, otra vez...!
Pero me falta algo.
Quizás me falte el valor para comenzar de nuevo.
En una de esas, perdí la sensibilidad necesaria para ser parte del milagro.
Tal vez, me olvidé de la minúscula perfección de sus uñas, de la piel que huele a vida nueva, de los ojos que hablan, de los piecitos sin estrenar... tal vez me olvidé de la paz de verlos dormir... tal vez me olvidé de todo lo que cada mañana me hacía olvidar del cansancio.

Queridos María y José:
Disculpen por no haber estado atento en estos días.

Sepan que lo pensé bastante y, pese a que me cueste, estoy a su disposición para darles una mano.
Pidan nomás: arreglar un poco el pesebre, cocinar, lavar. También podría cambiar pañales y cuidar al Niño.
Incluso, José, si necesitás te atiendo por un tiempito el taller.
Y sí... me siento con un poco de culpa: logré ,pese a todo, hacerles lugar, y al rato fui vencido por la tentación y los dejé solos; pero fue hasta hoy nomás. He vuelto, para lo que gusten mandar. Después de todo ¡Jesús nació en mi pesebre!
¡Dios volvió a repetir el milagro!
¡Feliz Navidad!

Amén

diciembre 22, 2006

De puerta en puerta...y van...

Ya debe andar José golpeando puertas.
Golpeando, mientras trata de sobreponerse al dolor y la vergüenza de no tener nada más para ofrecerle a sus amores.
Las puertas que se golpean, en general están cerradas.
Hay un lapso de tiempo eterno entre el golpe y la respuesta.
Un momento de decisión.
Una pregunta.
Una respuesta.
Un diálogo mudo de tiempos divididos.
¿Encontraré lugar? Retumba en el corazón de José.
Pienso mucho en José en estos tiempos navideños.
Un hombre en el límite de su entrega, tocando fondo.
Lo sostiene la promesa, nada más. Nada menos. Sólo le resta conseguir un lugar para que se cumpla.
No sabe más por dónde buscar.
¡Cuánto comprendo a José!
¡Cuántas veces, como padre y esposo, siento que no tengo más nada que ofrecer!
¡Cuántas, como hijo, amigo, hombre!
Hay que apretar los dientes y seguir golpeando.
Nada puede opacar la alegría de la vida.
No hay mal lugar cuando se consigue el lugar. Es lo que hay, es el mejor.
Por lo menos hoy...
Fuerza, José, fuerza que el buen Dios ama los porcentajes de un modo misterioso.
100% de poco, es mucho más que 10% de mucho para Él.
Fuerza, José, dame fuerza también a mí también para poner todo; para arriesgarme al papelón de conseguir sólo un pesebre.
Es lo que hay, es el mejor.
Por lo menos hoy...
Muchas entregas juntas y al límite.
El Niño Dios hará el resto.
Gracias María, gracias José, gracias, Padre bueno por este regalo.
¡Acá sí hay lugar!
¡por fin!Amén

diciembre 12, 2006

Madre Teresa

Santa, sin duda santa.
¡Cuánta confianza tenía en nosotros!
"Dar hasta que duela", repetía.
¡Dar hasta que duela!...
No tenía ni idea de lo rápido que duele.
Querida madre, te pido que me ayudes a doblar la apuesta:
Dar hasta que duela y luego, hasta que sienta que se hace justicia.
Sólo así, traspasando los límites del primerizo dolor egoista, podré reparar el error.
¡Amén!

diciembre 07, 2006

Centuriones sueltos

Es complicado hacerle lugar a Jesús en Navidad.
El espacio del placard o de el desván que ocupa la caja con el arbolito y los adornos y las guirnaldas y todos los “y” no alcanza para una parturienta, y mucho menos, para alojar una familia.
En su peregrinar, María muy embarazada y José lleno de preocupación, tienen que ir sorteando Papás Noeles que, como centuriones romanos, custodian y recorren calles, centros comerciales, avisos publicitarios, diarios, revistas...vidas.
Centuriones que penden de vidrieras y también de puertas en las que ellos, María y José, debería golpear para ver si hay lugar.
Los centuriones siguen siendo presencia visible del poder. Siguen recordándonos quién manda hoy. Nosotros, seguimos obedeciendo.
¡Pobre San Nicolás! Y pobres de nosotros, los cristianos, que para minimizar las cosas tratamos de convertir a bonachón vestido de rojo en santo. Ni así alcanza para que la fiesta tenga el verdadero sentido.
Casi nadie queda fuera de este reconocimiento al César.
Los negocios se engalanan rindiendo tributo y en las casas, obviamente no podemos ser menos.
Los papás mantenemos la tradición del misterio y seguimos dándole vida al que hoy es el dueño de la Noche Buena. Una tradición que respetamos, cumplimos e inculcamos en nuestros hijos: Papá Noel existe. Sí. Mientras lo hagamos existir, existe. Y existe del modo en el que el César quiere que exista: como símbolo irrefutable del consumo, el festejo excedido y el frío ajeno.
Muchos me podrán decir... pero Pablo, mira que lo de San Nicolás es cierto...y el abeto tiene un significado equis...y las luces simbolizan tal o cual cosa..., sí, sí, todo comprendido, pero la Navidad es fiesta de Jesús naciente, de Virgen entregada y de José haciéndose cargo. Fiesta de Dios en medio de nosotros. Parto primerizo de vida nueva. ¡Vida Nueva!. Vida nueva que sigue, como hace dos mil y pico de años, necesitando un lugar dónde brindarse.
Es muy, pero muy difícil abstraerse de la “fiesta” para vivir la FIESTA. No soy ajeno a ello, pero por lo menos hoy, trato de guardarme la rebeldía y con ella, la sincera vocación de conversión.
Yo también fui y soy el “papá Noel” de mis hijos, mis sobrinos y los hijos de mis amigos. Algunas veces también, el papá Noel de chiquitos necesitados, de viejos abandonados y de “viudas y huérfanos”; pero esta Navidad quiero decir basta.
Me gustaría dejar de ser un papá pirotécnico para parecerme más a José.
Reconocer que estoy dando lo mejor que tengo aunque me avergüence por ello, y darlo todo.
Quiero, por lo menos hacer el intento, de liberar mi corazón para que en él nazca el Redentor y ser entonces, el Salvador de mis amores y de los desamparados.
Quiero disfrazarme de Cristo, no de bonachón colorado barbudo y rozagante.
Mejor dicho, quiero revestirme de Cristo.
Quiero dar amor y vida como da Jesús, no caramelos.
Quiero que mi mesa, nuestra mesa, sea mesa de pastores sorprendidos comentando el milagro.
Quiero que mi mesa, nuestra mesa, sea la mesa de la Esperanza y no la de los 12-deseos-tragados-con-pasas-de-uva a las 12.
También la de la misericordia.
Mucho mejor, la del perdón y la reconciliación.
Fundamentalmente, la del verdadero amor.
Quiero...¡quiero tantas cosas!, tantas que solo no puedo.
Tendré que nacer de nuevo en Navidad.
¿Podré?
¿Podremos?
¿Se animan?...faltan todavía unos días.
Pidan y se les dará, dijo Jesús.
Pidamos.
Recemos.
Amén.

diciembre 05, 2006

Para compartir en Adviento

Así son las cosas...escribí para Cáritas y Cáritas lo pasó. Así debe ser.
http://www.revistatigris.com.ar/diciembre06/tigris8.htm
http://www.revistatigris.com.ar/diciembre06/caritas.pdf
Es lindo ver que la Noticia también es nota.

noviembre 30, 2006

Jubileo en la Diócesis


De cosas chicas se nutre el corazón. Es complicado juzgar los propios trabajos, pero me alegra muchísimo haber podido ayudar a poner un rostro al Jubileo de nuestra Diócesis.
Era mucho lo que se quería expresar y Dios quiera, hayamos podido por lo menos, hacerlo en parte.
Opiniones, bienvenidas.
Me encantó rezar diseñando esta vez. Juntar todo, revolver y ver qué pasa. Sintetizar vida, trabajo y camino.
Linda experiencia.
Bien de Dios.

noviembre 22, 2006

¿Sos vos el Rey?

Rezando el Evangelio del próximo domingo*, no tengo más remedio que pararme delante de Jesús y hacerle la misma pregunta que le hizo Pilato.

-¿Decís esto por vos mismo, o te lo dijeron de mí?, escucho...
- parte y parte, le contesto.

Me lo dijeron; sí, desde chiquito me lo vienen diciendo. Diciendo. No te veo reinar, querido Jesús, demasiado en este mundo. Pero sí, me lo dijeron. Quizás los mismos que me lo dijeron son los que no te reconocen realmente como Rey; los que te anuncian y luego te callan. Los que se llenan la boca con tus palabras y después, frente al compromiso auténtico del testimonio, hacen silencio con sus vidas. Me lo dijeron...y es muy probable que yo también así lo esté diciendo.
Es muy probable que sea yo quien hoy cuento las historias de un Rey que no gobierna.

También lo digo por mi mismo, porque muchas tierras de mi vida no hay Rey, no hay ley, no hay paz. Mucho de mí necesita el Rey correcto. Mucho, debería destronar al rey equivocado. Lo digo por mi mismo.
Pido, querido Jesús, la humildad de dejarte reinar en mis comarcas; de abrirte las puertas de todas y cada una para que seas vos quién ponga orden allí, para que termines con las guerras y lleves la paz.

La tiránica anarquía de mil reyes, mata.

Pido, querido Jesús, el valor para servirte y batallar cuando lo ordenes, o arar la tierra, o apacentar ovejas, o cambiar el mundo. Valor. Pido valor para servirte.

El alarido de mil reyes, ensordece.

Pido, querido Jesús, contagiarme de Tu modo de ser y ser yo mismo, tal como Vos me imaginaste, y trabajar con Vos, y mirar como Vos, y amar como Vos, y gobernar como Vos.

La anarquía de mil tiranos, cauteriza.

Pido, querido Jesús, que aunque te cierre las puertas, las derribes; que aunque te diga que no, me insistas; que aunque arrase la tierra y deje escombros, siembres, porque no es que no quiero, es que no puedo.

La tiranía de mil reyes, agobia.

No es que no quiero, es que no puedo, por eso pido.
¿Qué si lo digo por mí o me lo dijeron?...parte y parte, querido Jesús, parte y parte.

Y te seré sincero, también me dijeron cosas lindas. También te vi reinar en muchas vidas; por eso pude reconocerte recién cuando me pare aquí delante...pero sabrás perdonar, me quedaba la duda.
Ahora ya no.

Pido, querido Jesús, pido.

Pese a mí, reina en mí.

Amén

(*Jn 18, 33b-37)

noviembre 10, 2006

Las figuritas

La vizcacha se había mudado hace poco al vecindario y, sociable como es, no tardó en hacerse amigos. Mientras cavaba su casa, los chicos se paseaban entre los matorrales y también, iban coleccionando nuevas relaciones; solamente uno, merodeaba perdido entre las risas de sus hermanos y las historias inverosímiles de los flamantes compinches destinadas a impresionar a los recién llegados.
Tito vizcacha, se alejó un poco del grupo y entre las cañas vio al carpinchito también solitario. Soledad con soledad es buena combinación, pensó, y sin demorarse, se acercó al carpincho que parecía muy ensimismado en sus cosas.
Ni levantó la vista el carpincho y lo recibió con un
- ¿tenés figuritas?
Tito no solo no tenía figuritas, tampoco tenía bolsillos dónde buscarlas, así que también instantáneamente le respondió que no.
- bueno, entonces si no tenés figuritas no podemos jugar. No puedo ser tu amigo.
- ...pero charlar tampoco.
- No. Yo solamente juego a las figuritas.
Mientras le hablaba, seguía sin dirigirle la mirada y al mismo tiempo, como crupier experto, barajaba una pila enorme de figuritas semi nuevas.
Tito lo dejó y el carpincho allí quedó.
Con el paso de los días, Tito siguió acercándose al carpincho y la respuesta, palabra más palabra menos, seguía siendo la misma.
Finalmente, una tarde de lluvia en la que el más divertido sufría los embates del aburrimiento, la rana, que paseaba fuera de zona aprovechando el agua, lo vio al carpincho solo y aburrido y le preguntó por qué no jugaba con los demás. Bueno, el carpincho, nuevamente expresó su único y excluyente interés por jugar a las figuritas. La rana pensó un poco y le dijo:
- Es lindo jugar, pero sucede que sos el único que tiene figuritas por el barrio; así no vas a poder nunca encontrar compañía. Por qué no haces una cosa: buscate un amigo, prestale unas figuritas y así podrán jugar juntos.
El carpincho era más dormido que amarrete, así que ni bien le propuso esto la rana, se dispuso a esperar la visita de Tito que, con precisión suiza, pasaba todas las tardes a la misma hora por allí. Y así fue. Cinco de la tarde, Tito se acercó y el carpincho lo estaba esperando con la mitad de su mazo en la mano. Sorprendido, Tito tomó las figuritas, y en minutos estaban jugando.
No más soledad.
Una linda amistad.
La familia vizcacha fue muy feliz en el barrio.


Moraleja:
Los cristianos deberíamos compartir hasta el punto en el que todos puedan participar del juego. Hasta el punto, en el que todos puedan disfrutar.
¿Utopía o mandato?

noviembre 09, 2006

Dar y compartir

Suena parecido pero no es lo mismo.
¿A qué estamos llamados los cristianos, a dar o a compartir?.
Según la Real Academia Española, “limosna” significa, entre otras acepciones: “Cosa que se da por amor de Dios para socorrer una necesidad.”
Tanto el móvil como el fin deberían hacernos pensar.
Amor a Dios.
Necesidades insatisfechas.
Dar o compartir.
Cuando doy, doy lo que puedo o quiero.
Cuando comparto, entrego lo que tengo.
Quizás, doy más al dar.
Seguro, doy mejor al compartir.
Al dar, me desprendo de lo dado.
Al compartir, parte de mí se entrega.

Voy rezando estos días el Evangelio del domingo (Mc 12,38-44) y no puedo dejar de pensar en los primeros cristianos; en esas celebraciones que hacían en las casas y que terminaban partiendo el pan...que terminaban en Eucaristía.
Me los imagino llegando cada uno con su canasta con comida para poner en la mesa común. Llevando lo que tenían previsto comer y como es lógico, un poco más, aunque sea para no quedar mal.
También me parece ver llegar a la viejita de las dos monedas, ahora, con sus dos empanadas. Otra vez únicas dos empanadas.
Arriesgar sus dos empanadas en el plato compartido, en la mesa común.
Arriesgarlas a que sacien otras necesidades.
Jugarse a pasar hambre, en la certeza de que siempre el hambre será saciado; no necesariamente el propio, pero siempre el hambre.
Pocos cálculos hace la viuda.
Siempre sobraba comida en esas mesas.
Siempre se repetía el milagro de los cinco panes y dos pescados.
Utopía para el mundo.
Milagro para el hambriento.
Marcos no habla de cantidad; habla de calidad.
En el “cómo” se juega el ser cristiano.
El milagro del “cuánto” corre por cuenta de Dios.
Siempre que nos arriesgamos a revisar el “cómo”, abrimos la puerta al milagro.
A la hora del dar, este domingo, voy a tratar de pensar en compartir.
Dar o compartir.
Cuando doy, doy lo que puedo o quiero.
Cuando comparto, entrego lo que tengo.
Quizás, doy más al dar.
Seguro, doy mejor al compartir.
Al dar, me desprendo de lo dado.
Al compartir, parte de mí se entrega.


Me gustaría que el buen Jesús me regalara la inocencia de niño, esa que me daba la libertad de sacarme el chicle de la boca para darte la mitad.
¿qué asco?...no, hoy de grande, asco deberían darme otras cosas.
Dar o compartir.
Dios me ayude a aprender de la viuda.
Dios me ayude a compartir.
Amén

noviembre 01, 2006

Amores Pascuales

No me gusta hablar de la muerte. Prefiero hablar de la Pascua. No es que le tenga miedo, sino que intento tener verdadera fe.
Muerte veo en vida y, paradógicamente, sigo viviendo la vida de mis muertos y ellos, siguen viviendo en mí.
Es una obviedad decir que estamos de paso, pero me gusta la imagen por esto del dejar huellas. ¡Tengo tantas huellas en mi corazón!. Tantas personas han pasado pisando a su modo pero siempre, dejando sus huellas. Tantas y tan queridas. Queridas y de las otras también, pero siempre pisando y marcando.
Me gustaría que Dios me regale la gracia de poder recorrer mi arena húmeda y reconocer en ella a todos y cada uno de los que por allí pasaron. Pedirle que las olas de la vida no borren huellas y apostar a más, a que baje el agua así más y más gente deja sus señales en mi corazón para que pueda crecer.
A modo de síntesis agradecida, nombro a dos amores pascualizados: mamá y papá. Ellos se encagarán de tender la mesa, mañana, e invitar a los demás a compartir el banquete de la vida que me regalaron y todavía disfrutan allí.
A todos mis amores, queridos y respetados, vaya esta oración.
Gracias por lo que me enseñaron.
Gracias por haber estado allí.
Gracias por hoy, interceder por nosotros.
Gracias, Dios bueno, por haberme hecho crecer en y con ellos.
Los sigo queriendo a todos.
Los sigo extrañando a todos.
Que Dios los tenga en la palma de su mano.
Recen por nosotros.
Amén

Pd: por si duele mucho todavía... ofrezco de nuevo la fabulita de la paloma

octubre 27, 2006

Aprendiendo a ver


Hasta hace un tiempo, pensaba que tenía la capacidad de ver correctamente todo cuanto me rodeaba. Ver correctamente implica incluso comprender y apreciar lo visto. Un día mis sobrinos trajeron un libro de estereogramas y me desafiaron a ver lo invisible. Naturalmente que al primer intento fallido decidí que eso no era para mi.
Sin embargo me quedó la duda: se verá realmente algo allí.
Probe un par de veces y sí, efectivamente allí había algo. Casi mágico podría decir.
Bien, esto es lo que le voy a pedir a Jesús, cuando este domingo (Mc 10,46-52) pregunte "¿Qué quieres que haga por tí?", que pueda contestarle con fe: "¡Maestro, que yo pueda ver!".
Hasta el estereograma, nunca me había cuestinado cómo miraba. Ahora me inquieta pensar que Jesús puede regalareme otra forma de ver.
Mañana, probablemente me inquiete y comprometa mucho más, aquello nuevo que haya visto.
Dios quiera.
Amén.

ver otros estereogramas

octubre 26, 2006

...de vez en cuando una fábula viene bien

La mesa del bar

Siempre me resultó muy complicado entender por qué las mesas en los bares son tan chicas.
Quizás sea para ahorrar espacio, o tal vez para lograr que la gente se quede poco tiempo. Sería bastante lógico: no es lo mismo quedarse una hora almorzando que una hora tomando un café.
En una mesa bien chica se pueden hacer muchas cosas pero también, queda poco lugar para otras.
Cuando te traen el café, más el minúsculo plato con los cuatro minúsculos bizcochos y el minúsculo vaso de agua y el pinche de la cuenta y el prolijo servilletero de también minúsculas servilletas, prácticamente no queda lugar para nada. Mucho menos si son dos los que hicieron el encargue.
Sin embargo, por estas extrañas cuestiones de la vida, cuando te atrapa un bar, es cómo si encontraras un refugio. Es más, en muchas circunstancias es un refugio y también un sitio de pertenencia; y eso, es lo que le estaba pasando al gallo.
Todas las mañanas, el gallo salía de su casa y recorría las 5 cuadras obligatorias para llegar al bar; saludaba al chivo de la barra, hojeaba mecánicamente el diario hasta llegar a los deportes, leía una noticia –de preferencia corta- y rápidamente se disponía a sentarse en su mesa, siempre una y siempre esa; luego llegaba el café con su séquito y mientras mantenía la taza en alto y la picoteaba suavemente, perdía por un buen rato su mirada en la vidriera. Al cabo de unos veinte minutos y cuando ya no quedaba más que aroma a café fuerte y frío en la taza, sacaba el ticket de su doméstica tortura y dejaba junto a la caja, ticket y dinero también siempre justo. Saludaba al chivo y comenzaba el día. Todos los días. Todos.

El ganso, que por un tema de roles en general no estaba obligado a levantarse tan temprano, lo escuchaba salir y también todas las mañanas se preguntaba si verdaderamente era tan bueno comenzar el día con un paso por el bar.

Finalmente la duda lo carcomió y al notar que el gallo estaba por partir, le dijo que, si no tenía inconvenientes, a él le gustaría acompañarlo, cosa a la que el gallo respondió afirmativamente y ambos salieron desde ese día y por muchos días más, juntos hacia el café de la quinta esquina.

Al principio fue todo novedad para el ganso. Trató de imitar el rito, de hacer exactamente lo mismo que hacía el gallo y sin darse cuenta, también él fue permitiéndose crear su propio modo de vivir el bar.

Pasada la euforia de las primeras mañanas en las que el gallo se ufanaba mostrándole todos sus trucos secretos, la ceremonia del bar, para el ganso fue palideciendo hasta convertirse en una rutina absolutamente aburrida, al punto, que, aquello que durante unas semanas los unió en una nueva forma de relacionarse, ahora comenzaba a ser tema de discusión. La cuestión: ¿Qué le encuentra el gallo a ese bar?

Así, primero como pregunta simple, luego como discusión leve y al poco tiempo como debate obligatorio, el ganso y el gallo se trenzaban en interminables disquisiciones respecto de las bondades del lugar y del hábito.

Al cerdo le resultaba sencillo no intervenir, pero imposible no participar: gritos de gallo y ganso se escuchaban seguido por toda la casa, así que un día, cansado de escuchar siempre lo mismo, se acercó a los aprendices de necios y les preguntó que era lo que concretamente trataban de resolver con la discusión. Finalmente, se trataba sólo de sostener posiciones: para el gallo, ese rato en el bar era insustituible; para el ganso, absolutamente aburrido, monótono y deprimente. El cerdo los escuchó prudentemente exponer sus razones y ofreció intentar mediar en el asunto, cosa que ambos aceptaron quedando a la espera del veredicto.

A tranco lento, el cerdo fue una y otra vez al bar. Tomó el mismo café, se sentó en la misma mesa y tardó el mismo tiempo. Una y otra vez.

Al cabo de una semana llamó al gallo y al ganso a su corral y les preguntó:
- ¿siempre van a la misma mesa?...
- ¡Sí!
- mmmm... y ¿siempre se sientan cada uno en la misma silla?...
- ¡Sí! – respondieron al unísono.
- ¿Siempre en la misma? – reiteró.
- ¡Sí! – casi gritaron.
- Me lo imaginé. – replicó el cerdo.

Al día siguiente y aceptando el consejo del cerdo, gallo y ganso volvieron al bar, hicieron las mismas cosas pero esta vez, al momento de sentarse, intercambiaron sillas. El gallo quedó mirando a la pared y el ganso, de frente a la vidriera.
Nunca más volvieron a discutir.
Nunca más dejaron de ir.

Moraleja:
Para comprender, debo ponerme en el lugar del otro.
En su lugar.
Realmente en su lugar.
Siempre.

Gracias, Josefina, por estar tan atenta...

octubre 02, 2006

Medidas drásticas

Breve comentario del Evangelio de ayer: Mc 9, 38-43. 45. 47-48

Cortar.
Arrancar.
Cortar.
Palabras duras de boca de Jesús.
El sábado, predicando este evangelio a un grupo de bienaventurados pregunté: “si tuvieran la certeza de que cortándose una mano podrían volver a la vida (léase, dejar la droga, el alcohol, perdonar, y demás muertes), ¿lo harían?”. La respuesta fue unánime: SI.
Parece que es más dura la realidad que la propuesta quirúrgica de Cristo.
Duele mucho más el mordisqueo de la muerte que el filo o el tirón seco.
Yo también tengo cosas para que Él corte. Cosas que no me animo ni siquiera a tocar. Muertes de las que no puedo resucitar.
Necesito un cirujano experto.
Necesito conversión, corte. Microcirugía y cirugía mayor. Muchas de las unas y muchas de las otras.
Necesito la fe para entregarme al cirujano y desprenderme de lo que me mata.
Amén.

septiembre 05, 2006

Bocas sordas

Veo bocas que se mueven y ahogan lo que no pueden callar. Lo que no pueden decir. Lo que nadie siquiera intenta escuchar.
Veo bocas por todos lados y en todos los lugares por dónde voy.
En mi casa, las de mis hijos que intentan expresarse y muchas veces no saben a quién dirigirse; la de mi esposa que revolotea mientras pienso cosas “importantes”.
Las de los viejitos en el geriátrico y las de muchos jóvenes los sábados por la noche gritando desde botellas y aturdimiento.
Las veo también en el tren y en el subte dibujadas tras una bolsita con pegamento.
En las mañanas de Santa Rafaela con los muchachos de duchas.
En el trabajo cuando la plata no alcanza y se pierde el ánimo de hablar hablando.
En el reflejo de la pantalla de una computadora.
En la soledad de un banco o un asiento del colectivo.
Detrás de la ventanilla del auto.
En el viejo que parece no tener ya nada importante para decir.
En el padre que balbucea principios y consejos.
Veo bocas por todos lados.
Bocas que se mueven como si estuvieran hablando.
Cuellos que se ensanchan en venas tensas como si estuvieran gritando.
Labios entreabiertos que preanuncian gemidos.
Puños apretados que retienen gritos.
Labios apretados que sujetan corazones.
Antes también era ciego; ahora veo bocas...pero estoy sordo.
Este domingo decime “Efatá”, Señor, que me estoy perdiendo mucha música.
El silencio de mi ruido hace que me pierda la Vida.
Efatá.
Seguramente después podré comenzar a hablar con Tus Palabras.
Amén

Pablo, preparando el corazón para el domingo (Mc 7, 31-37)

agosto 28, 2006

¡Ahora viene lo mejor!

Ayer, domingo 27, llegó la ordenación.
Imposible describir lo que se siente y cómo se siente lo que se vive.
Lo que más me impactó: la alegría.
Varios cientos de miradas cargadas de una alegría inusitada. Muchos de ellos seguramente ni saben de qué se trata el diaconado permanente, pero sí, sin duda, percibieron y sintieron que algo que estaba más allá de nuestros límites estaba pasando.
Esa alegría expresada, abrazada, amasada con besos, lágrimas y apretones, es lo más parecido al cielo. Quizás lo más parecido que yo pueda reconocer. Gracias a todos los que estuvieron presentes, a todos los que rezaron y a todos los que hubieran querido estar, y de algún modo maravilloso, también estuvieron.
Agradezco a Dios mi vocación primeriza: el matrimonio. El regalo de una esposa dulce, comprometida e incondicional como Ale y de tres hijos maravillosos como Martín, Agus y Santi (en orden de aparición). Agradezco a Dios la generosidad de sus corazones que me colmaron de un amor que se desborda y grita ser entregado. Somos una familia en búsqueda, en lucha, en crecimiento y es en ese nido en el que esta vocación fue acogida, cuidada, alimentada y puesta por ellos al servicio de tantos que necesitan un pedacito de padre. El pedacito que podré dar como diácono es de ellos. La caricia que podré dar es suya y por ellos entregada a mis manos; el amor que tan mezquinamente podré repartir, es el de ellos. Ellos comparten más que yo. Ellos, me enseñan a ser generoso.
Gracias Ale, Tincho, Agus y Santi por enseñarme y dejarme ser.
Gracias, querido Jesús, por amarme desde mis amores y enseñarme a amar.
Perdón por mis límites. Gracias por tu perdón.
Dios me de el valor para que mi amor los haga tan libres como me hizo el de ellos.
Un papá diácono.
Pablo

agosto 22, 2006

Faltan pocos días

Nadie sirve pero todos somos imprescindibles.
Nadie basta por sí mismo, nadie “es” lo suficiente.
Estamos incompletos y nuestra plenitud solo se logra en la entrega y la puesta en común.
Capricho de Dios.
Cinco panes y dos pescados.
Yo pongo un pescado, cuando mucho, dos, nada más. Después viene el milagro.

Mi abuela, cuando era bien chico, sin darse cuenta me enseño algo de Dios. Cada vez que el cielo se ponía gris, ella se disponía a hacer panqueques; quizás esto pasaba muy de vez en cuando pero a mí me parecía siempre. Parada en la cocina al pié de la hornalla, comenzaba el rito de una masa suave que acariciaba con sus tenedores hasta dejar de seda. Luego, en la sartencita mínima iba volcando cantidades siempre justas y la fiesta empezaba. Yo, parado a su lado, simple observador, al deslizarse el primer panqueque en el plato, entraba en acción. Con la punta de los dedos tenía que ir tomando pizcas de azúcar y repartiéndolas prolijo en toda la superficie todos y cada uno de los panqueques. Al finalizar la tarea, ella con orgullo decía “hicimos”. Creo que nunca la escuché minimizar el trabajo con un “me ayudó”; hicimos, decía la abuela...y yo le creía.

Ahora que lo pienso, naturalmente que no necesitaba de mi ayuda, no.
Ella deseaba esa ayuda, porque la ayuda implicaba muchas más cosas que las pizcas de azúcar. Ayuda significaba encuentro, charla, dedicación, formación. La abuela no necesitaba que la ayude; deseaba que la ayude. La obra era luego entonces, compartida; no por necesidad, sí por decisión y deseo.

Me gusta imaginar a Dios como la abuela en una tarde de lluvia haciendo el reino. Mezclando la realidad con sus dos tenedores gastados y sus manitos huesudas, batiéndola hasta sacarle brillo; aprestando su sartén de hacer el mundo, y pidiéndonos ayuda. Invitándonos a ponerle una pizquita de azúcar que, casualmente, Él puso antes en nuestras manos, para que cada parte de la realidad del hombre sea perfecta. “Hicimos” dirá Él después. Hicimos. ¡Cuánta generosidad!. ¡Cuánto amor!.

No nos necesita Dios.
Eso es un gesto de amor impresionante para nosotros saber que no nos necesita. Saber que no nos necesita pero que somos imprescindibles.
Saber que nos ama tanto que posterga su verdadero plan para que nosotros podamos participar de Él. Que cambia el paso y nos espera. Algo así como que su plan, sin nosotros no se completa. ¿Necesarios? No. Pero en este capricho de amor, imprescindibles.

Habiendo podido crear un “solo” como lo hizo el primer día de la creación primera, con nosotros busca otra cosa. La sinfonía del Reino no se puede ejecutar sin las enésimas voces e instrumentos que Él mismo eligió. Cada una, cada uno, tiene un tiempo, un matiz, un sonido, un ritmo, un tono, un color, un timbre...cada uno, uno, único e irrepetible. Siempre, desde siempre, para siempre y hasta sea unísono.

No es un Reino completo el que necesita de nosotros.
No es un Dios limitado el que espera la fuerza del hombre.
El Reino es compartido por decisión del Dios comunidad para que esa comunidad-puesta-en-común sea constituida, integrada, conformada y fundida en y con nosotros; por eso Jesús no aparece desde las nubes montado en un trueno sentenciando los planes de Dios. Jesús es y se comparte al límite de lo divisible. Se comparte Él mismo en también enésimas partes siempre divisibles y siempre enésimas hasta que el hombre logre hacer sonar la sinfonía de Dios.

Todos imprescindibles.
Quizás lograr expresar esto sea el secreto para cambiar el mundo y transformarlo en Reino.

Tal vez, y sólo tal vez, el Reino sea ese lugar en el que nadie sobre y todos se sepan y reconozcan necesarios, imprescindibles. El reino de la cocina de Dios en el que cada uno “hace” mientras lleva su pizca de azúcar.
Pequeño detalle.

Los abuelos vivían en la casa de adelante. La cocina de ella daba a un patio y mi casa, comenzaba en ese patio y terminaba en el fondo. Seguramente muchas veces me llamó mientras comenzaba los panqueques y yo no la escuché. Seguramente, alguna vez la escuchó mi hermano y habrá sido él quién puso el azúcar. También es innegable que deben haber sido más las veces que nadie la escuchó y, finalmente, hizo toda una receta sola. Intuyo que siempre llamó, porque era tanto lo que disfrutaba compartiéndolo que no la veo haciendo sus panqueques en silencio para que nadie participe.

Una pizca de azúcar me está pidiendo Dios hoy.
Una pizca sobre cada panqueque para que ninguno quede soso.
Hicimos, dirá después. Siempre dice “hicimos”; y yo, hoy, entre mis juegos, mis ruidos, mi música, mis planes, digo SI. Voy al pié. Voy a Tus pies. Vos me invitas y yo acepto el convite. ¿Qué si dejo cosas de lado? Claro que sí. Pero quiero estar allí. Quiero mirarte a los ojos para que Vos, sin decir palabra y con un pestañeo, me digas “ahora”, para que frunciendo levemente el seño, me digas “basta”, para que sonriendo con la mirada me digas “está bien”. Quiero mirarte desde abajo y verte allí arriba pero cerca. Quiero decir que sí, porque me enamora el salir de Tu cocina lleno de olor a promesa de manjar. Llevar ese aroma a Cielo impregnado en la ropa y en las manos para que al pasar, todos en casa digan...¡hicieron panqueques!...y ya con el perfume se les vaya haciendo agua a la boca.

Tengo poco, Jesús, para entregar y lo sabés. No quiero ni puedo engañarte. También sé que amás lo pequeño y tu milagro favorito es hacer crecer las cosas, multiplicarlas. Sumar, multiplicar son tus signos. También creaste el repartir y nosotros, malinterpretando tus planes, inventamos dividir y restar.

Ya me mostraste milagros. Ya me permitiste poner en juego lo poco para hacerlo mucho. Ya me regalaste el amor y pese a mi egoísmo se hizo matrimonio y después, pese a mis retaceos, hijos, y mis chicos, pese a mis miserias, grandes. Ya me voy dando cuenta de quién sos. Por eso no me quiero quedar con nada.

Ya no tengo más vergüenza.
Un pescado.
Una pizca de tu azúcar.
Mis manos.

Hoy siento que querés mis manos para después decir “hicimos”. Y no lo siento ni por santo ni por místico. También vos, me lo enseñaste en el grito, el ruego, la alegría y la sonrisa de los otros. Me lo enseñaste cuando toqué sin querer y te sintieron a vos; cuando acaricié por descuido y se sintieron acariciados por vos. Cuando dije y resulto ser que dijiste, cuando conté, y resulto ser que contaste. Cuando escuché y escuchaste, cuando finalmente amé poquito y fuiste vos quién llenó el corazón.

Tengo una linda visión, Señor, de cómo actuas.
Una dulce intuición de cual es el modo en que hacés las cosas; por eso digo sí y quiero poder gritar el SI.

Conozco mi límite, querido Jesús, por eso te entrego ni nada, mi tope. Te ofrezco el “hasta donde llegue” para que lo lleves hasta dónde quieras. Tengo fe en vos. Creo en vos. Creo en Tu milagro.

Ofrezco poco, Señor, ofrezco lo que me atrevo a ofrecer. Recién dije un pescado, ahora digo, dos manos; podría decir mi voz; si fuera valiente, diría mi vida. Tengo tanta fe, Señor, que se que dos manos son inútiles para el mundo, pero para vos, son necesarias. Vos me lo hiciste creer. Vos me dijiste “denles ustedes de comer”.

Podría dejarme vencer por la desesperanza, pero no. Te vi; te vi muchas veces. Te veo muchas veces hacer el milagro y sé de lo que sos capaz. Por eso las quiero entregar y verte otra vez y mil veces más hacer de las tuyas.

A la abuela, le tiraba del delantal cuando hacía los panqueques. Ella sabía que un tironcito significaba “ya está” y que dos, en una de esas eran la señal para robarme alguno... Así me acerco a vos, Jesús, entre medio de la gente y los embrollos de la vida para tirarte del delantal, del manto, como la hemorroisa, con menos fe que ella, pero con mucha fe. Un tironcito nomás para avisarte que aquí estoy. Te muestro las manos (vos conocés mi corazón). Son estas dos nomás, Jesús. Éstas que sabés duras pero también tiernas, que has visto pecar pero también mimar. Éstas que hacen lo que no desean y desean hacer lo que no hacen. Éstas que no quieren hacer nunca más el mal. Éstas son las dos manos que te voy a entregar para que con ellas hagas... lo que gustes mandar.

Tengo la fe suficiente como para saber que después, el mundo no será igual. Que algo, en algún corazón, en alguna casa, alguna vida va a cambiar.
Tengo la certeza del milagro prometido y hago trampa, porque sé que el milagro se realiza. No quiero nunca más decir que no. Quiero decir siempre que sí.

Seguramente me llamaste muchas veces, Jesús, para que te ayude. Pero hoy te escuché. Quiero quedarme al lado tuyo para construir el Reino. Hoy sí, Jesús. Hoy me quiero quedar al lado tuyo.
Gracias por invitar.
Gracias por llamar.
Gracias, Padre bueno, por compartir.
Que se haga el milagro.
Amén.

Pablo a 7 días de la ordenación...

agosto 11, 2006

todo llega...

Después de varios años de camino, el próximo domingo 27 la Iglesia tendrá un nuevo servidor. ¡Diácono permanente....quién hubiera dicho!.
Todavía me avergüenza hasta pensarlo.
Lo único que me alienta es tener la misma sensación del primer día; todavía siento que me quedan cortos los brazos; que hay una noticia impresionante para dar y me revienta el pecho de ganas; que mis manos necesitan tocar, y que los que sufren, gritan al cielo para que los toquen; que Cristo hace fuerza para meterse en la multitud y no le hacen lugar; que se necesita creatividad para vencer la muchedumbre y bajar al paralítico desde el techo... qué se yo... que afuera hace frío; que el ruido debe dar lugar al anuncio... ¡tantas cosas!... sigo sintiendo tantas cosas, y lo que me tranquiliza es que ninguna de esas ellas “depende” de mí. Tengo bien claro quién soy y lo poco que aporto por eso veo cotidianamente el milagro: pongo dos pescados, Él le da de comer a muchos. Dos pescados que llevo arrumbados en el bolso. Él hace el milagro.
Sigo sintiendo que Dios me elige, no por dotado sino por gracia. Sigo confiando en que Él, con la elección manda la fuerza. Lo único que yo pongo es el sí; Él se ocupa del resto.
A quién lea este post, le encargo un rezo.
Cristo sigue llamando pescadores.
Cristo sigue resucitando pecadores.
Mi madera es rústica y espinosa...
Mi familia y quienes me conocen bien saben también que es dura y pesada.
Yo confío en que obre el milagro y Dios la haga más noble.
De lo que estoy seguro es que a servir para encender el fuego.
Es lo que tengo.
Es lo que doy.


Próximo a la ordenación...Pablo

julio 20, 2006

Un rato más tarde...

Me encanta esto del blog porque sos nadie.
Es como gritar en plena 9 de Julio y Corrientes a las 12.
Gritar fuerte en medio de la gente y que nadie escuche, pero con la certeza de que alguien puede escuchar.
No es grito estéril. Es grito, charla, susurro, confidencia...secreto.
Antes guardaba escritos en los cajones de casa. Un blog es como un cajón abierto al público. Casi como si uno guardara las cosas en privado con la intención de que alguien se anime al curioseo.
Me gusta bloguear.
Hoy, particularmente, me siento uno de esos predicadores que a veces andan por las plazas, parados en un banquito anunciando el Reino. Muchos pasan. Pocos, o casi nadie escucha. Él sigue anunciando a su modo.
Nadie lo ve.
Está bueno.
Así el grito no se ahoga en el pecho.
Quizás alguien escucha.
Así el grito no se ahoga.
Quizás alguien.
Así el grito.Quizás.

...por acá...¡atrás de las piedras!

Aproximación a Mc 6,30-34

Amontonados no es lo mismo que juntos.
Juntos, es más próximo a unidos.
Unidos es el plan de Dios.

En la des-unión está el peligro.
Soledad.
Falta de rumbo.
Peligro.
Miedo.
hambre.

Amontonados no es lo mismo.
La sociedad del Dios prescindible nos invita a des-unirnos, y nosotros, muchas veces aceptamos.

Nos des-unen entre otros (cada cual agregue sus separadores)
La injusticia.
El rencor.
La maldad.
Los celos.
La envidia.
Los intereses.
El egoísmo.
La soberbia.
La violencia.

Todos y en todas sus inagotables formas.
Etcéteras. Excusas. Justificaciones.
Miles de etcéteras que hacen cada vez más mella en esa común-unión deseada por Dios para hacer presente el Reino.

2000 años y seguimos des-unidos.
De a ratos, nos une el Pastor y luego, cuando se da vuelta, otra vez nos dispersamos. Sin embargo Él no deja de insistir.

No se desentiende del rebaño Jesús. Nos deja de a ratos para ir a buscar ovejas perdidas. ¡Qué paciente es!. Regresa con una y nos fuimos 20... y otra vez sale, y otra vez trae y otra vez otros otros volvimos a irnos.
¡Trabajo difícil el del Pastor!

En el revoltijo se mezclan lobos disfrazados de ovejas y ovejas, que disfrazándose de lobos salen al encuentro de su propia muerte.

Él va y vuelve.
Sale y regresa.
Siempre para lo mismo.
Siempre para regalarnos la vida; pastos tiernos, calor, seguridad, comprensión, amparo, tibieza...amor.

Sabe lo que nos pasa. El texto dice “se compadeció”. Por obvio y remanido no deja de ser música “padeció con nosotros”. Compartió y comparte la desgracia, la siente y vive en carne propia; es su dolor.

Nuestro Pastor se moja con la misma lluvia, sufre el mismo frío y come los mismos pastos; se aguanta las mismas injusticias y tolera los mismos golpes. Sabedor del extremo, soporta e invita.

También dice el texto “estuvo enseñándoles largo rato”.

Después del compadecerse viene el pastoreo. No el reto. El pastoreo.
- vayan por aquí.
- Quédense unidos.
- Aliméntense.
- Vístanse.
- Cuídense.
- AMÉNSE.

Enseñanza sencilla de pastor incansable.
Habrá que escuchar nomás.
De vez en cuando, dejar de balar y escuchar.
Es complicado andar solo.
Por allí lo veo venir entre la niebla.
Dejo de escribir porque necesito las manos para hacerle señas.
Quiero volver al rebaño.
¡Qué suerte que otra vez viene al encuentro!
¿suerte?
Gracia.
¡Gracias!

Pablo Muttini

julio 07, 2006

¿No es este el carpintero?

Mc 6, 1-6a

Lectura fuerte.
Comprensible, podría decirse sin entrar muy en detalle.
“Nadie es profeta en su tierra” es una frase que nos endulza los oídos. ¡Tantas veces nos sentimos así! Tantas no escuchados. Tantas ignorados. Interpretación válida, sin dudas, pero hoy siento, incompleta.

Después de releerla, creo que Jesús pone a prueba mi fe.
El Dios en el que creo no necesariamente es el que quiero.
El Dios que quiero, no necesariamente es el Dios en el que debo creer.

¿Estoy dispuesto a creer en el carpintero?
Manos callosas.
Manos sangrantes.
Sudor y lágrimas.

¿Es el carpintero el que me va mostrar el camino y se va a hacer camino, luz y vida?
Siempre de a pie.
Comiendo con cualquiera.
Pobre.
Alegre.
Humilde.
Sencillo.

¿Son las palabras simples del Carpintero las que van a resignificar mi vida?
Toquen.
Amen.
Den de comer.
Visiten.
Curen.
Incluyan.

¿Puedo soportar la simpleza de un Dios tan cercano?
¡Cómo incomoda a veces sentirlo así de próximo!, porque si lo dejo allá, en el cielo, está todo bien. Basta con esconderme un poco cuando hago las cosas mal y listo; total...está tan lejos... Pero, si creo en el carpintero, la cosa se pone más difícil. ¡Está tan próximo!, me resulta tan conocido...si hasta sé quienes son sus amigos y parientes. Ese Dios me complica la vida.

Al Dios del cielo puedo hacer de cuenta que no lo escucho. Al Dios de al lado, para dejar de escucharlo tengo que gritar, o poner fuerte la música, o simplemente, negarlo.

Creo que lo que me sorprende esta lectura es todo lo que me aclara de la Trinidad.

Me sorprende ver a Dios entre nosotros. Es una presencia demasiado fuerte, que, como decía antes, puede resultar incómoda.

Un Dios así de cercano me obligaría a transformar mi realidad. Mis realidades. Mis mundos en los que no tengo ningún lugar reservado para Él.

El Carpintero no espera ritos fantásticos, mesas fastuosas, ni lujos, ni nada. Me quiere a mí en mi desnudez cotidiana, sin formalidades, sin trabas.

No me da tiempo para prepararme. No me ignora hasta que me decida. Su opción es más crucial: hoy, ahora, siempre, en todo momento, en cualquiera, en cualquier lugar. Ya. Si quiero, ya. Pero siempre ya.

Es muy dulce escuchar al Dios de las cosas indecibles, diciéndolas del modo más sencillo.

Es muy esperanzador que Él elija la sencillez posible, como signo de Su Presencia.

Muy sanador que nos ame tanto, que incluso, pueda amar en nuestro idioma.

Sentate en mi mesa, Carpintero, que estoy cansado y necesito que me digas la Verdad.
Prestame tu manta, Carpintero, que tengo frío.
Dame una mano con esto, Carpintero, que hoy se me cansaron los brazos.

Ahora sí, ¡Gracias!

Pablo Muttini / Lectura del domingo 9 de Julio de 2006

junio 02, 2006

Venga a nosotros Tu Reino

Vivir Pentecostés es posible.
No es la fiesta de los superdotados. Tampoco la fiesta de los santos iluminados. Mucho menos, la de los sabios, o los genios, o de los más formados.
Pentecostés es fiesta de promesa cumplida. Fiesta de pueblo. Casi podría decirse que fiesta de reconciliación.
Dios mira nuevamente al hombre y vuelve a apostar. Redobla la jugada y compromete aún más. Ahora ya no es tiempo de seguir esperando, ahora hay que esforzarse duro para terminar de crear el mundo.
Pentecostés es fiesta de todos, no de unos pocos.
Dones regalados para ser puestos en juego.
Regalados, no merecidos.
Amor que nos invita a contagiar Dios a los cuatro vientos.
Sanando, perdonando, tocando, amando.
Contagio que necesita irremediablemente que nosotros estemos gloriosamente enfermos para poder contagiar. Tan enfermos como estamos de la vida. Tan llenos de esa enfermedad como estamos de aliento.
Pero claro, la muerte no se queda de brazos cruzados. No quiere dejarse birlar tantos seguidores y rápidamente buscó un antídoto.
Para cada don hay un antídoto.
Para cada mandato, para cada envío, para cada compromiso, hay un antídoto infalible.
Envidia, odio, egoísmo, por ejemplo, son una combinación casi perfecta para disolver esa Iglesia que Cristo funda en Pentecostés. Podría nombrar más, claro; podría hablar de poder, de celos, de vanagloria, qué se yo, muchos más, pero los tres primeros son casi fundacionales. Son los tres perros rabiosos que nos vienen persiguiendo desde Caín y Abel y que todavía tienen aliento y tienen carne para comer en su camino de furia.
Pentecostés se disuelve si no nos damos cuenta de esto.
Las comunidades se disuelven, las familias se disuelven, se disuelven las parroquias y también, lentamente, se disuelve la Iglesia en la que Jesús nos enseño a entregar la vida en la confianza de que no está dicha la última palabra.
Lo del Espíritu Santo parece un hechizo, si no le permito transformar toda mi vida. Los sacramentos, un recuerdo, una historia, una conmemoración.
Jesús nos invita al misterio de la Trinidad para que sintamos y vivamos una presencia que no puede ser silenciada ni ocultada.
Pentecostés debería ser la fiesta del principio del fin. El hito, a partir del cual, el mundo comienza a cambiar y divinizarse. El día en el cual se acaban las excusas, se derrumban los “no puedo” y crecen con fuerza irrefrenable los sí.
En la Ascensión, no nos deja solos. Paradójico para nosotros. Juntos, todos juntos, nos quedamos mirando para arriba. ¡Juntos!.
En Pentecostés, reparte a todos y a cada uno los dones para que jamás estemos solos. Para que nunca más nadie se sienta que en el mundo está solo. Sin embargo, el antídoto muchas veces funciona y funciona bien: nos guardamos los dones, nos instalamos y evitamos el desafío del envío; nos negamos a sanar y tocar a los enfermos; separamos a los “malos”. Corremos a los leprosos. Lapidamos a los pecadores. Vamos y venimos haciendo de cuenta que vamos, pero en realidad, venimos.
Proclamamos sólo en los ambientes en los que no nos van a gritar “borrachos”, y también allí tenemos cuidado de que no nos tomen por locos.
Pescamos en la pecera en vez de arriesgarnos mar adentro.
Locura de amor es lo que falta.
¡Si verdaderamente nos diéramos cuenta de lo que nos pide Jesús!
¡Si tomáramos conciencia de la tarea que nos comparte Dios en Pentecostés!
¡Si nos dejáramos llevar por el Espíritu y saliéramos al mundo a gritar la Noticia!...Qué distinto sería todo. ¡Qué distinto puede ser todo!
Si yo, inspirado por el Espíritu, mañana hablara de Dios en mi vida, en mis actos, en todos mis mundos y en todas las lenguas que hablo, ¡cuánta gente escucharía esperanza!.
Si mis manos no se frenaran antes de tocar a quién necesita ser tocado, ni dejaran de dar lo que debe ser dado, ¡qué cambio se produciría!. Imagínense: manejar como Dios manda, trabajar como Dios manda, administrar bienes como Dios manda, ser jefe como Dios manda, ser esposos, hijos, padres, como Dios manda. Ser Iglesia como Dios manda y abrir las puertas, también como Dios manda. Locura de amor. Locura de Pentecostés. El cielo en la tierra. Anticipo del Reino presente.
Pidamos en Pentecostés la fuerza para vencer la tentación de los antídotos. Dejémonos contagiar por el Espíritu y salgamos a contagiar al mundo.
Tenemos que vencer, nada más ni nada menos que la salud de la certeza de la muerte, pero no estamos solos, ya no: la muerte no tiene la última palabra. Jesús está con nosotros. Jesús se hace nosotros. Nosotros estamos en Él. Nosotros somos Él para los que no lo conocen.
No estamos solos.
El Espíritu está con nosotros.
Desde ahora, nada es imposible.
Todo se puede soñar.
Todo se puede hacer.
¡Vino a nosotros Su Reino!

Pablo Muttini / Pentecostés 2006

mayo 24, 2006

Esperando al Mesías

Si alguna vez intentáramos cambiar el mundo, el mundo cambiaría.
Si dejáramos de hablar de los pobres y nos dedicáramos a hablar con los pobres, el mundo cambiaría.
Si dejáramos de hablar de los pecadores y habláramos con franqueza de igual a igual, el mundo cambiaría.
Si pensáramos que vos también tenés derecho a veranear dónde yo veraneo, tomar el vino que yo tomo, manejar el auto que yo manejo; que a vos también te gusta vestirte bien, dormir en una cama caliente y comer variado, el mundo sería distinto.
Si fuera tan educado con el chico que se me acerca a la ventanilla como lo soy con el poderoso...
El mundo no cambia porque nosotros no lo cambiamos.
El mundo no es sordo, lo que sucede es que no tiene a quién escuchar.
Estamos mudos. Él no está sordo.
De vez en cuando un grito no es clamor.
De vez en cuando una Madre Teresa no es multitud.
El mundo sigue la ley natural: pez grande que se come al chico; carnívoro que almuerza herbívoro, y allí vamos. Y así estamos. Pero está mal. Pero es normal. El hombre debe seguir la ley de Dios, y sin embargo, vive según la ley natural.
Ayer hablaba de anuncio, hoy me siento llamado a hablar de denuncia, de profecía, entonces, entiendo todo.
En la denuncia leo martirio.
Entiendo el silencio porque se me ilumina el “vine a traer la espada”. Entiendo así y solo así la veneración de la cruz del Cristo muerto.
Porque el cristiano mudo es el cristiano que llegó tarde al calvario y se quedó viendo el espectáculo. La masa que entre dolida e intrigada pasó frente a la cruz vacía y ensangrentada. La multitud que escuchó eso de la resurrección como un cuento. El grupo que le gritó borracho a Pedro.
Entiendo el Código Da Vinci y entiendo la búsqueda a ciegas.
Si nos creemos que estamos llamados a ganarnos el cielo, vamos mal.
¿Ganarnos? ¿Qué deberíamos hacer para comprar a Dios?.
Jesús no vino a ganarse el cielo: vino a cambiar el mundo y nosotros, somos seguidores de Cristo. Continuadores. Imitadores. Deberíamos constantemente vivir el desafío del cambio posible. Lo del cielo es cosa de Dios. El mundo deshumanizado es cosa nuestra.
La injusticia no es obra de Dios. La iniquidad tampoco. El odio, la envidia, el abandono, no son obra de Dios.
Jesús vino a mostrarnos cómo vencer esos flagelos y nosotros, después de dos mil años seguimos simplificando el plan. Trajo el Reino para comenzar a vivirlo hoy, y nos quedamos en la anécdota.
Nos merecemos el Código Da Vinci.
Quizás los muchos millones de lectores y muchos millones de espectadores, estén esperando al Mesías.
Se ve que no pudimos todavía mostrarles a Cristo.
“Hagan esto en memoria mía”.
¿Qué nos rememora comernos a Cristo? ¿Qué mueve en nosotros? ¿A qué Cristo volvemos a la vida al permitirle hacerse vida en nosotros?.
El pueblo, en tiempos de Jesús, esperaba otro Mesías; uno que lo liberara de todos los sufrimientos y toda opresión. Quizás hoy nosotros estemos igual y sigamos esperando.
Espera rara: cruzados de brazos contando cosas lindas. Esperando también al Mesías poderoso que nos libere de nuestras más ligadas ataduras. Que nos libere Él.
Esperando un mago.
Esperamos en vano.
Matamos y morimos en vano.
El Mesías ya llegó.
El Cristo ya está entre nosotros. Ahora hay que actuar.
El que tenga oídos para oír que oiga.
Afuera, hace rato que hay llanto y rechinar de dientes.
Si nosotros no cambiamos el mundo, el mundo no cambia. No es maldad, es que no sabe cómo.
¿Vos, podrás cambiar tu mundo?

Pablo Muttini

abril 21, 2006

¿Puedo dudar de Jesús?

Te puedo creer si necesidad de amarte, pero no puedo amarte si no te creo.
Amar no es requisito para creer, pero creer sí es un requisito para amar.
Intrincado.
Complicado.
Sencillo.
Creerte no me involucra con vos. Simplemente te creo y es suficiente.
Puedo creerte y no amarte.
Amarte me involucra tanto que sólo es posible si te tengo una confianza plena y ciega.
Creerte puede ser un primer paso, pero un primer paso que es parte del camino hacia el amarte. Imposible de separar del amarte, pero pasible de ser dado hasta allí y punto. Puedo creerte y nada más.
Creer no es lo mismo que confiar.
Confiar es el segundo paso en el camino del amar.
Primero creo. Después, porque creo, confío. Quizás, más tarde amo.
Pero no siempre se da así; a veces se ama primero, y por el amor se recorre en un instante todo el camino del creer y del confiar.
Porque cuando te amo no queda lugar en mi corazón para dudar de vos.
Jesús, por ejemplo, primero nos amó. Sin muchas vueltas, sin reservas, sin dudas.
Nosotros nos esforzamos por creer en Él.
Nuestra búsqueda, generalmente, es la fe, no el amor.
Gran diferencia.
Camino, sin dudas, pero gran diferencia.
Tomás decía que lo amaba... pero no le creía (Jn 20: 19-30). Estaba en camino pero no era suficiente. Jesús sentencia: “¡felices los que creen si haber visto!”, y es lógico, habla de quienes lo aman; a ellos llama “felices”.
Si te amo no necesito pruebas. Solo me basta mi amor que se desborda y la certeza del tuyo que me baña. Pedir pruebas es otra cosa.
Puedo pedir pruebas por dos motivos: curiosidad o búsqueda. La curiosidad no me lleva al amor. Es un falso camino que me acerca más a la intriga y el chusmerío que al conocerte profundamente.
La búsqueda es camino. Pido pruebas porque todavía no te amo, porque necesito creer en vos, para poder confiar, para luego, poder entregarme de lleno al amor.
Quizás pido pruebas porque todavía no me dejé amar; pero necesito esas pruebas para sentirme seguro.
“Papá, estás allí”...uno escucha muchas veces preguntar a sus hijos. ¿Dudan que estemos?, no. Quieren que les confirmemos que allí estamos. Esa duda es búsqueda.
¿Puedo tocarte el costado?
Dios nos ayude a vivir este tiempo Pascual convirtiendo nuestra duda-curiosidad en duda-camino-de-amor.
“¡Felices los que creen sin ver!”, proclama Jesús.
Me atrevo a rezar: ¡Felices los que dudan para poder amar!

Nota:
Ahora reconozco que muchos de nosotros le creemos a Jesús pero no lo amamos; incluso, como Iglesia, algunas veces (más de las deseadas) anunciamos la Verdad de Jesús, que creemos por la fe, pero no testimoniamos el amor de Jesús, que deberíamos vivir en nuestro corazón. El resultado: transmitimos correctamente el mensaje pero no hacemos presente el Reino.
Jesús pide testigos, no maestros. Testigo es quién ha estado presente o ha vivido algo y puede dar testimonio de ello.
Testigos, no maestros. (Mt 23, 8-10).-
Creer para amar.
Amar para gritar que es cierto.
Vivir para ser testimonio.
Dudar para poder amar.Amar para no dudar más.


Pablo Muttini / 2º Domingo de Pascua

abril 12, 2006

Una fábula... para ver si ayuda

La paloma era muy elegante. Típico de paloma torcaza. Esbelta, de un gris perlado que se confundía con las nubes al volar; de una suavidad, que se trenzaba con el viento al planear.
Mirada por todos, mimada por muchos y deseada abiertamente por varios, la paloma se paseaba de rama en rama entre sus admiradores.
Un cierto día, apareció como de la nada un nuevo competidor y aquí comienza la historia.
Palomo fuerte, de plumas brillantes y cabeza erguida, el mensajero en minutos logró conquistar el corazón de la torcaza. Desde ese momento, para ella todo cambió y todo tuvo otro color.
Vuelos eternos, atardeceres repletos de miel, reparos de arrumacos en la lluvia. Una nueva vida.
Ambos habían logrado sintetizar algo muy parecido al verdadero amor.
Pero claro, nada por estos lares dura para siempre.
Mensajero, cierta mañana llegó al nido de torcaza con un ramo de flores, una carta y cubriéndola con sus alas fornidas le anunció lo inevitable. Ella sabía que alguna vez pasaría, así que sin mezquinar lágrimas, lloró su partida desde la dulce certeza de una presencia que no olvidaría jamás.
Cosas de palomas.
Las flores durante varios días estuvieron frescas.
Luego las fue recortando el tallo para atrasar el marchite.
Finalmente se marchitaron y durante mucho, muchísimo tiempo, quedaron en ese florero, el mejor, el más grande, justo allí en la mesa ratona del living.
Tantos recuerdos...
Tanto significaban esas flores.
¡Qué importancia tenía que estuvieran marchitas!
Con la primera primavera apareció otro palomo. Claro está que nada tenía que ver con el mensajero. Ella no estaba preparada todavía.
Con la segunda, otro, y con la tercera, y con la cuarta. No era momento.
Llegó la quinta primavera y un también quinto palomo golpeó su corazón y su puerta.
Lindos vuelos, hermosos atardeceres, amaneceres de fuego. También lluvia y también arrumacos.
"Parece"...se decía la paloma..."sólo parece".
Una buena mañana, el palomo tomó coraje y llegó hasta la casa de su amada. La intención, proponerle formar una familia. Fuerte intención.
Obligatorio ramo de flores en mano, ni bien ella abrió la puerta, él se abalanzó torpe a tratar de explicar lo obvio. Ella lo sabía y el también sabía que ella lo sabía, razón por la cual se entrecruzaron palabras balbuceadas y finalmente, llegó el beso y con el beso el sí. ¡Todo un logro!
El palmo pasó, ella le invitó un té. Él aceptó. Ella lo sirvió y charlaron. Largo rato. De planes, de miedos, de esperanzas.
Las flores estaban mientras tanto sobre el sillón, y allí quedaron.
Al cerrar la puerta, la torcaza sintió después de muchos años que algo trascendente en su vida había pasado: ¿otra vez el amor?. Amor de ese que a ella le gustaba y deseaba vivir. ¿Era posible?.
Levantó la mesa, acomodó las sillas y al pasar por el living vio las flores en el sillón. Rápido se dispuso a buscar el florero, pero claro, aquellas rosas marchitas del mensajero todavía estaban allí. Dudo. Dudó mucho y finalmente volvió a colocarlo en su lugar. Seguramente encontraría otro recipiente.
A la mañana siguiente, tres o cuatro nuevas rosas se habían caído del vaso que improvisaba florero. Las contempló con pena pero claro, ya no había nada que hacer: estaban marchitas.
Se acercó nuevamente al florero decidida esta vez: tendría que cambiar las flores. Pero los años no habían pasado en vano. Dudo. Dudo mucho otra vez.
A la tarde ya seis flores había perdido y entonces ahí sí tomó la decisión.
Primero se encaminó decidida a tirarlas, luego, cuando las tuvo en la mano, buscó un gran libro en la biblioteca y colocó las más enteras entre sus hojas.
Desocupado el florero nuevamente el living se llenó de aroma y color.
Nuevamente se llenó su vida, de amor.


Moraleja:
Mientras los recuerdos - por buenos que sean - no estén en su lugar, te pueden impedir vivir en plenitud el presente.


La Pascua también es tiempo para esto. Para pedirle a Jesús que nos ayude a vaciar los floreros, en la certeza de que Él guardará en el mejor lugar las flores marchitas. Así quedará lugar para la vida. Así los recuerdos serán historia dulce, y no, carga.
Gracias, P. Luis por haberme invitado a rezar estas cosas.
Gracias Señor, por tener siempre dispuesto un pastor para tu rebaño.
Pablo Muttini

abril 11, 2006

¿Dónde estaré los próximos días?

Pensaba antes en el grito. En el gritar desde la multitud ¡Crucifíquenlo!.
Confieso que me dolió bastante reconocer cuántas veces lo grito; entonces, voy tratando de buscar otro lugar. En principio otro por lo menos. Otro diferente que nos sea, claro está, el lugar del que lo flagela o del que lo crucifica.
Quizás me quede entre la multitud viéndolo pasar una vez más, pero no, quiero llegar al lugar sencillo del pecador.
Al lugar del error, no al de la maldad.
¿Será mucho pedir?
Quiero sentirme plenamente equivocado en mis errores.
Llegar al lugar del pecador arrepentido o vergonzante. Del que se esconde o bien del que siente con el corazón rasgado que se está viviendo una verdadera atrocidad.
Al lugar de ese pecador que al verlo sufrir, se sorprende y siente que ese sufrimiento lo representa y redime, y que el domingo, confirma que ese sufrimiento lo representa y resucita.
Vivir esta Pascua con inocencia.
Sorprenderme con el convite de la cena.
Pedirle que no me lave los pies.
No entender qué me quiere decir.
Verlo partir hacia el calvario y desear estar en su lugar...pero no poder, por no querer.
Entre medio, redimensionar mi vida.
Frente a cada latigazo, redimensionar mi vida y mi muerte.
Frente a cada dolor, arrepentirme de tantos dolores que he infringido.
Frente a la cruz desear mi muerte en vez de la suya...pero no entregarme.
Frente a la resurrección, agradecer su entrega y renovar mi vida.
Una vida que lleve a la vida.
Ya vendrá el tiempo de otras cosas.
Ya llegará Pentecostés.
Ya Él me dará la fuerza para poderlo contar.
Por ahora, sencillo: desde el lugar del pecador arrepentido, intentar una Pascua distinta.
Pablo Muttini

Comentarios

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Gracias y seguimos en contacto.
Una más: me alegra mucho que tantos se hayan "prendido". Será de Dios si este espacio sirve para que podamos reflexionar y crecer.
Abrazo
Pablo

...desde La Trapa, Cefe, el monje...

El querido hermano Ceferino, desde el Monasterio Trapense de Azul, se "prendió" rápidamente al blog y aporta esta reflexión. Que la disfruten!


El Reino y la sabiduría del Descanso
(Borrador privado corregible: 22/01/06: Domingo III, Mc 1, 14-20)

El Reino de Dios se ha acercado. Retornen al Padre y crean en la Buena Noticia. El Reino oculto ahora como una semilla, pero con la energía prodigiosa de comenzar a transfigurar a quien se convierte, o sea, cambie su manera de valorizar las cosas retornando a Dios, por la obediencia de la fe en el Misterio de la Buena Noticia que anuncia Jesús el Judío; caminando junto al lago, por esa Galilea marginada del Imperio y aún de Israel.
El griego de Marcos para conversión es metánoia: transmentalización, Jesús, tal vez la dijo en arameo Shuv: Retornar. Para los judíos retornar a Dios marca la libertad y la Alianza. Para los griegos cambiar de mentalidad marca lo personal y racional; ambos conceptos se integran en esa Galilea de los gentiles, fronteriza y liminal con tantas lenguas.
Aquí Jesús, aunque en forma velada para evitar falsas interpretaciones del Reino, nos está diciendo que su forma de vida es mesiánica, él es el Cristo, el Ungido con el Espíritu, para proclamar el Evangelio o la Buena Noticia de una esperanza gozosa, histórica y trascendente. Toda la vida de Jesús es incomprensible sin este mensaje del Reino de Dios que es Amor de entrega hacia todos los seres humanos y el universo para liberarnos de la mentira, la malicia, y la fealdad introduciéndonos en la Nueva Creación de su Reino.
Y una de sus Buenas Noticias que hoy necesitamos con urgencia los hombres en este inicio del siglo XXI es la del Descanso, para liberarnos de la mentira del trabajo excesivo ansioso urgente hiperquinético eficientista y existista; de la malicia del cansancio depresivo que llega al 40% en ciudades, que mina la salud, destruye las relaciones familiares y corroe la espiritualidad; y de la fealdad de rostros tensos, tristes preocupados, hoscos y agitados.
Porque en mi rostro está todo. Mi historia, mi madre, mi padre, mis abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, y hasta toda la historia de la evolución genética, en cromosomas con designio inteligente, desde los minerales vegetales y animales. Mi rostro muestra mi temperamento y carácter, las cosas buenas y malas que he recibido de mis antepasados. En que ambientes y culturas me he movido. Y que opciones libres, de vicios y virtudes, hice en el camino de mi vida, la calma y el gozo sereno y saludable o el desasosiego angustiado y enfermizo.
Muchos hemos olvidado el tercer mandamiento: Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu Dios. No harás ningún trabajo, porque el Hijo del hombre es Señor del sábado.
Como ya murió, puedo contarles que una vez escandalicé a un hermano monje cuando le dije, mientras él dormitaba, que yo no sabía descansar, que era imperioso que aprendiera a descansar. Siendo yo el más vago en este monasterio me miró estupefacto, me lanzó una mirada de conmiseración y exclamó: Nunca te vi extenuado, sería mejor que trabajaras mucho más, los trapenses no tenemos vacaciones, sólo descansamos cambiando de trabajo.
Le retruqué, ya que nos queríamos: No hay dos rostros iguales. Es verdad, en seis días el Señor hizo el cielo y la tierra, pero el séptimo descansó. Yo era esclavo en Egipto, pero Dios me liberó con mano fuerte y brazo poderoso, y me mandó guardar el descanso del sábado. Me concedió un respiro, un día de protesta contra las esclavitudes del trabajo, el culto al dinero y al mercado salvaje. El Descanso es también signo de la Alianza, como lo es el arco iris, la circuncisión o la Eucaristía. Y la mística quietud también es cisterciense.
Pero él, al terminar su sueñito trapense, pontificó zanjando: Te basta el Domingo. Decidí no seguir su consejo, porque soy monje presbítero, y los Domingos, de por sí Días del Señor, en la Misa, la alegría y el ocio, son los días más agotadores para los que ejercemos el sacerdocio. Y yo debía trabajar: Para hacer que también los demás, sobre todo los pobres, recobraran aliento. Y descansar: Las vacaciones diarias, mensuales y anuales son salvíficas.
Una cierto consumismo nos ha hecho centrarnos en el esfuerzo del tiempo productivo olvidando que su sujeto y sentido no puede ser otro que la persona, armoniosa en su trabajo y contenta en su descanso. Hoy casi nadie es reconocido por su capacidad de reposar, contemplar, dialogar con sus amigos, pasear con ocio creativo, jugar, no hacer nada. Si no se está haciendo algo redituable con apremios y esfuerzos, uno es un inútil o un subsidiado. Podemos equivocar los caminos de la sabiduría del Reino: No conocieron mis caminos, por eso dije jamás entrarán en mi Descanso. No obstante si Hoy escuchan mi voz podrán entrar en ese Descanso. Porque si Josué hubiera introducido a los israelitas en el Descanso, Yo tu Dios, no habría hablado de otro Hoy. Queda reservado un Descanso para el Pueblo de Dios. Y aquel que entra en el Descanso de Dios, descansa de sus trabajos como Dios descansó de los suyos. Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán el Descanso para sus psicologías estresadas, la enfermedad del siglo. El Reino de Dios se ha acercado. Dejemos de evadirnos de nosotros mismos y retornemos al Evangelio del Descanso: Transparentaremos algo más el Rostro de Cristo nuestra quietud.

abril 10, 2006

Llegando a la Pascua

¡Crucifíquenlo!

No solo tengo que morir con Cristo.
No.
La Pascua no es tan sencilla.
¿Sencilla? ¿Morir al pecado es sencillo?. No
Pero es más difícil aún dejar de gritar ¡Crucifíquenlo!
Ojala fuéramos simplemente pecadores.
Dios mediante, podríamos convertirnos en pecadores arrepentidos y tendríamos Pascua y paz.
Ojala.
¡Crucifíquenlo!
Eso suena fuerte.
¡Crucifíquenlo!
Desde nuestra vida, muchas veces somos más que pecadores; somos agitadores y promotores de la muerte de Cristo. De todas las muertes.
Muertos matando.
¡Crucifíquenlo!
Un paso superador de la maldad: ¡Crucifíquenlo!
Jesús me sigue incomodando hoy.
¡Crucifíquenlo!
Grito ¡Crucifíquenlo! seguido.
Lo grito de mil formas distintas.
Lo grito y grabo en corazones, memorias, personas.
¡Crucifíquenlo!
A Jesús no lo mató el pecado del mundo: lo mató nuestro grito, expresión de un equívoco todavía vigente.
¡Crucifíquenlo!
El pecado es inofensivo para Dios. Él puede vencerlo y lo venció. La muerte, expresión máxima del mal, reino del Príncipe de este mundo, es inofensiva para Él.
¡Crucifíquenlo!
Mato y peco.
Cuando grito mato y peco.
Siempre mato.
Detrás viene Cristo pintando de Pascua. Pero yo mato e insisto.
¡Crucifíquenlo!
Te ignoro y grito.
¡Crucifíquenlo!
Te abandono y grito.
¡Crucifíquenlo!
Te discrimino y grito.
¡Crucifíquenlo!
Te pisoteo, te burlo, te exploto, te pego, te insulto, y grito.
¡Crucifíquenlo!
Pecar es casi un error. Hasta podría decir, un error pasivo.
Gritar ¡Crucifíquenlo! es mucho más que eso. Es aceptar formar parte de la multitud y desear la muerte de Jesús. Tu muerte. Muerte verdadera y sin Pascua. Muerte final.
Gritar es insistir encaprichadamente y promover un estado de cosas que no nos cuestione, que no nos movilice, que no transforme el mundo.
Jesús sigue muriendo hoy no por causa de nuestros pecados, sino lo que es más grave, por causa de nuestro grito.
¡Crucifíquenlo!
Claro que vuelve a dar la vida.
Sin duda que carga con nuestros dolores, horrores, errores, culpas y heridas, pero lo vuelve a matar, lo machaca y clava en la cruz, nuestro grito.
¡Crucifíquenlo!
El primer desafío a enfrentar en Pascua debería ser dejar de gritar.
El pecado tiene remedio. El grito no.
Prefiero a Barrabás: él no me cuestiona.
¡Crucifíquenlo!
Como humanidad, cuando acepto pasivamente una desigualdad descarnada, grito
¡Crucifíquenlo!
Prefiero a Barrabás: yo soy mejor que él.
¡Crucifíquenlo!
Como argentino, cuando esquivo esa desigualdad descarnada y la miro detrás de una ventanilla o por sobre el alambrado de mi casa, grito ¡Crucifíquenlo!
Como hombre, cuando privilegio mi propio interés al de mis amores, cuando abandono dulcemente a mi familia, cuando no les presto atención, cuando los desatiendo, cuando los traiciono, grito ¡Crucifíquenlo!
Como Iglesia, cuando me contento pensando que estoy del lado de los salvados, grito
¡Crucifíquenlo!

Y finalmente se cumple.

Finalmente llega la Pascua, no por el pecado, sino por el grito.
La Pascua lava el pecado, pero el grito sigue. Y más fuerte.
Grito al aceptar y promover la explotación del hombre.
Al permitir y deleitarme con la cosificación de la mujer.
Al consumir como un enfermo.
Al ambicionar más de lo que podría gastar en tres vidas.
Grito.
Si soy deshonesto, grito.
Si te mato la esperanza, grito.
Si, grito mucho. Demasiado se escucha el atronador ¡Crucifíquenlo!
Quizás debería pedir en esta Pascua que Jesús me ayude a ser nada más que un pecador.
Seguro tengo que pedir en esta Pascua, que me regale la fuerza para vencer los deseos de gritar.
Que me saque de la multitud.
Que me tape la boca.
Que me amordace. Así mi corazón deja de desear el grito, y comienza a vivir la paz.
Que la Pascua me regale la paz del silencio.
Dios quiera que podamos parar de gritar.
Se terminaría la muerte.
Ganaría la vida y no tendría necesidad de probarlo más.
Ya no sería necesario morir para poder resucitar.
Estaríamos vivos.
Vivos.

Pablo Muttini