abril 20, 2007

El mar nuestro de cada día...

Reflexionando con Juan 21, 1-19

Una vez más el milagro es el sí.
Un sí que no cuestiona.
Uno que ni siquiera se atreve al por qué.
Uno que surge desde la más profunda convicción.
Sí de fe pura.
Fe pura que se derrama en un sí.
No le importó a Pedro su experiencia. No dudo pese a su fracaso. No pidió ni otro mar, ni otro bote ni otras redes. No se excusó en el cansancio. No dijo “mañana”. No dijo “después”. limpio y claro.
Jesús siempre es propuesta.
Dios es convite.
Libertad para ser elegida y vivida.

Bajo el agua de nuestros mares está la pesca.
Justo debajo de nuestro bote...allí, a la derecha; en el mismo lugar por el que acabamos de pasar. Allí dónde fracasamos ayer hay lugar para el milagro. Exactamente donde acabamos de fracasar.
Aquí se puede dar el milagro.
Aquí se debe dar el milagro.
Mares nuestros de cada día.
Mares que mil veces resultan esquivos.
Mares en los que ya estamos cansados de fracasar.
Fracasos que nos quitan las ganas de pescar.
Sí.
Un sí.
Nada más que un sí.

Querido Padre Bueno, te pido que me renueves y selles la vocación por el sí cotidiano. Que me abras los ojos y me muestres que ese lugar es hoy, aquí y ahora. Que me des la valentía de vencer el orgullo y la soberbia que me hacen decir “acá no vale más la pena intentar”.
Amén

Pd: Querido Jesús, gracias por siempre esperarnos con un fueguito encendido en la orilla.

abril 16, 2007

Sueño de Pascua

No dejan de resonarme las palabras que el otro día apenas pudo balbucear Jesús en la Cruz y me pregunto:
¿a quiénes deberá perdonar hoy Dios?
¿quiénes son los que “no saben lo que hacen”?
Voy más atrás.
Busco a los crucificados.
Veo los marginados y les reconozco en las manos las llagas.
Levanto - con su permiso - las ropas y les intuyo el lanzazo.
No puedo creer lo que estoy escuchando.
Silencio.
Los crucificados están allí, bien clavados, sufriendo, gimiendo, pero mudos.
Al darme vuelta, veo la misma multitud pero distinta.
Ahora estamos con el dedo índice frente a la boca haciéndoles el inconfundible gesto de ¡silencio!.
El nuevo modelo de cruz impone silencio al crucificado. Nada de grito. Nada de queja. Nada de nada. Muerte lenta nomás. Nada de esperanza.

Sueño ahora.

Uno de ellos rompe rito y susurra.
“Perdónalos, Señor, no saben lo que hacen”. Y todos los crucificados despiertan en su última hora. Todos ahora comienzan a susurrar y el susurro se vuelve espeso; letanía, podría decir.
“Perdónalos, Señor, no saben lo que hacen”Todos perdimos la fe, pero ellos no.
Volvemos a casa apenados por el espectáculo.
Ellos han muerto.
Nosotros también.
Ellos resucitarán.
¿Nosotros también?.
Volvemos caminando con la cabeza gacha.
Se acerca un pobre disfrazado de pobre. Uno igual a los muertos de recién. Uno más. Igual y diferente. Diferente para nosotros que recién lo vimos morir y creemos haberlo escuchado susurrar. Nos pregunta y contestamos. No podemos explicar lo visto y mucho menos, lo oído...y comienza a hablar. Habla de su vida, de su historia, de sus alegrías pasadas, sus dolores presentes y su esperanza de siempre. Cuenta de su fe, de su Virgencita arrugada en el más arrugado documento...muchas cosas. No podemos creer todo lo que tiene para decir.
Se hace de noche. Llegamos a casa. Nos despedimos. Lo dejamos ir.
Me despierto sobresaltado.
Pido a Dios que los crucificados de hoy rueguen por nosotros. Somos muchos los que no sabemos lo que hacemos. Muchos los que todavía, ni siquiera nos hemos dado el lujo de invitarlo a compartir el pan para dejarnos sorprender. Muchos los que todavía, no nos dimos el lujo de animarnos a reconocerlo.

Te ruego, Padre Bueno, que me regales la valentía para escuchar a los crucificados de hoy; que me des la humildad para dejar de justificarme, y me infundas el valor de aceptar que son ellos, especialmente ellos, los bienaventurados, los que pueden hablarme de vos y devolverme la esperanza.

Amén