mayo 19, 2008

Santísima Trinidad: rezando el misterio.

Los misterios de Dios no se pueden comprender; intentarlo, nos haría perder la gracia de vivirlos y es precisamente esa, la que nuestro Padre nos regala para que podamos experimentar en carne propia su presencia.

Vivir los misterios es participar de los misterios, y si lo analizamos un poco, justamente los misterios vividos son los que nos aportan esas dosis impresionantes de ganas, alegría y esperanza.

Un niño que nace, la inmensidad, potencia y exhuberancia de la naturaleza, el amor incomprensible, la fidelidad, la amistad, el perdón… situaciones, lugares y experiencias misteriosas pero de efectos concretos.

Desde este lugar me gusta rezar la Trinidad; desde el rinconcito sencillo en el que intento descubrir qué nos quiso decir Jesús cuando habló de Padre, Hijo y Espíritu Santo; cuando nos trababa la mente y abría el corazón contando acerca de que su Padre está en Él y El en el Padre y que si nos entregamos, ambos estarán en nosotros y nosotros en Él, y no nos dejará solos y seremos uno siendo comunidad, y presencia, y ¡cuántas cosas más! Confusas y dulces… misteriosas.

Jesús nos muestra un Dios comunidad, sin duda. Uno que no se agota en una imagen o una figura o una persona. Uno abarcativo, envolvente, presente desde el principio y certeza hasta el fin. Uno que crea todo lo creado, que se expresa en las maravillas de la creación pero que no las abandona. Uno que, apuesta por el hombre y lo acepta tal como él elige ser, pero no cesa de proponerle la verdad verdadera para que sea realmente libre. Uno que, en su capricho de amor, incluso se compromete con la humanidad haciéndose humanidad pura pero auténtica con todas las consecuencias que implica y que, juega esa humanidad hasta el límite último de la coherencia. Uno que, venciendo al peor de los flagelos, nos enseña a divinizarnos y nos acompaña, inspira e instruye para que también nosotros, podamos decirle a la muerte que no tiene la última palabra.

Uno y trino.
Tres

Dios sobre nosotros. Sobre, antes, durante y después: siempre.
Dios creador, dador, omnipotente. El Dios de las inmensas maravillas y las microscópicas perfecciones. Aquél que es en todo y se revela en todo. El inexplicable, incomprensible, impensable. El del amor y el perdón infinito. El paciente. El exigente. El incondicional. El padre.

Dios entre nosotros. Nacido de mujer; criado como niño, amado, educado, corregido, guiado como niño. Hombre que vive su vida como hombre y muestra que humanidad y divinidad no son cosas opuestas sino todo lo contrario: inseparables. Dios que, desde la humanidad muestra en ejemplos concretos sus preferencias, que enseña el valor de las palabras haciéndolas sonar como Palabras. Pobre, misericordia, amor, entrega, paz, compartir, incluir, justicia, en boca de Jesús se hacen camino, verdad y vida. Verdadero Dios y verdadero hombre que nos organiza de modo tal que, siempre, esa presencia suya sea verdadera presencia, palpable, tangible. Presencia que desde su existencia, considera imprescindible para que no volvamos a perdernos. El Hijo.

Dios en nosotros. Promesa cumplida. Misterio también del misterio que anida en nuestro corazón para impulsarnos y animarnos cuando la humanidad nos abruma la divinidad. Mediador, consuelo, fuerza vital. Sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Dios en nosotros guiándonos para ser el hombre que Él creo: imagen y semejanza suya. El Espíritu.

Sobre, entre, en.
Tres palabras que me comprometen a adentrarme en el misterio y encenderme con él. Vocación del Creador por convidarnos la Creación siempre inacabada y siempre necesitada de trabajadores. Vocación de Dios de hacernos comunidad dando, como siempre, el primer paso.

Y por aquí vamos.
Tratando de unir estas tres coordenadas que, cuando se juntan, hacen que seamos nosotros, para todos los demás, ese chispazo de luz que muestra el Reino.

Intentando sintonizar la frecuencia de Dios que, por su incansable designio, requiere también un sí de nuestra parte.

No se puede entender el misterio.
No.
Sí se lo puede vivir.

Gracias, Padre bueno por invitarnos a tu obra.
Gracias, querido Jesús, por hacerte presencia y Pan.
Gracias Santo Espíritu, por llenarnos la vida de Vida.

¡Amén!

Pd.: Ayer, en nuestra comunidad de Santa Rafaela María, también celebrábamos la fiesta patronal. Fiesta en la que pudimos agradecer a Dios a estas personas sencillas que se empeñan en la vida por sintonizar las frecuencias; Santa Rafaela fué una de ellas, es una de ellas. Por eso es santa, porque desde la humildad de su lugar, su perseverancia en la oración y la adoración y su obediencia infinita, nos ilumina con unos rayos más de Su Luz. Gracias Santa Rafaela por decir que SI. Intercedé desde el Cielo para que podamos seguir tus pasos !

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