abril 12, 2006

Una fábula... para ver si ayuda

La paloma era muy elegante. Típico de paloma torcaza. Esbelta, de un gris perlado que se confundía con las nubes al volar; de una suavidad, que se trenzaba con el viento al planear.
Mirada por todos, mimada por muchos y deseada abiertamente por varios, la paloma se paseaba de rama en rama entre sus admiradores.
Un cierto día, apareció como de la nada un nuevo competidor y aquí comienza la historia.
Palomo fuerte, de plumas brillantes y cabeza erguida, el mensajero en minutos logró conquistar el corazón de la torcaza. Desde ese momento, para ella todo cambió y todo tuvo otro color.
Vuelos eternos, atardeceres repletos de miel, reparos de arrumacos en la lluvia. Una nueva vida.
Ambos habían logrado sintetizar algo muy parecido al verdadero amor.
Pero claro, nada por estos lares dura para siempre.
Mensajero, cierta mañana llegó al nido de torcaza con un ramo de flores, una carta y cubriéndola con sus alas fornidas le anunció lo inevitable. Ella sabía que alguna vez pasaría, así que sin mezquinar lágrimas, lloró su partida desde la dulce certeza de una presencia que no olvidaría jamás.
Cosas de palomas.
Las flores durante varios días estuvieron frescas.
Luego las fue recortando el tallo para atrasar el marchite.
Finalmente se marchitaron y durante mucho, muchísimo tiempo, quedaron en ese florero, el mejor, el más grande, justo allí en la mesa ratona del living.
Tantos recuerdos...
Tanto significaban esas flores.
¡Qué importancia tenía que estuvieran marchitas!
Con la primera primavera apareció otro palomo. Claro está que nada tenía que ver con el mensajero. Ella no estaba preparada todavía.
Con la segunda, otro, y con la tercera, y con la cuarta. No era momento.
Llegó la quinta primavera y un también quinto palomo golpeó su corazón y su puerta.
Lindos vuelos, hermosos atardeceres, amaneceres de fuego. También lluvia y también arrumacos.
"Parece"...se decía la paloma..."sólo parece".
Una buena mañana, el palomo tomó coraje y llegó hasta la casa de su amada. La intención, proponerle formar una familia. Fuerte intención.
Obligatorio ramo de flores en mano, ni bien ella abrió la puerta, él se abalanzó torpe a tratar de explicar lo obvio. Ella lo sabía y el también sabía que ella lo sabía, razón por la cual se entrecruzaron palabras balbuceadas y finalmente, llegó el beso y con el beso el sí. ¡Todo un logro!
El palmo pasó, ella le invitó un té. Él aceptó. Ella lo sirvió y charlaron. Largo rato. De planes, de miedos, de esperanzas.
Las flores estaban mientras tanto sobre el sillón, y allí quedaron.
Al cerrar la puerta, la torcaza sintió después de muchos años que algo trascendente en su vida había pasado: ¿otra vez el amor?. Amor de ese que a ella le gustaba y deseaba vivir. ¿Era posible?.
Levantó la mesa, acomodó las sillas y al pasar por el living vio las flores en el sillón. Rápido se dispuso a buscar el florero, pero claro, aquellas rosas marchitas del mensajero todavía estaban allí. Dudo. Dudó mucho y finalmente volvió a colocarlo en su lugar. Seguramente encontraría otro recipiente.
A la mañana siguiente, tres o cuatro nuevas rosas se habían caído del vaso que improvisaba florero. Las contempló con pena pero claro, ya no había nada que hacer: estaban marchitas.
Se acercó nuevamente al florero decidida esta vez: tendría que cambiar las flores. Pero los años no habían pasado en vano. Dudo. Dudo mucho otra vez.
A la tarde ya seis flores había perdido y entonces ahí sí tomó la decisión.
Primero se encaminó decidida a tirarlas, luego, cuando las tuvo en la mano, buscó un gran libro en la biblioteca y colocó las más enteras entre sus hojas.
Desocupado el florero nuevamente el living se llenó de aroma y color.
Nuevamente se llenó su vida, de amor.


Moraleja:
Mientras los recuerdos - por buenos que sean - no estén en su lugar, te pueden impedir vivir en plenitud el presente.


La Pascua también es tiempo para esto. Para pedirle a Jesús que nos ayude a vaciar los floreros, en la certeza de que Él guardará en el mejor lugar las flores marchitas. Así quedará lugar para la vida. Así los recuerdos serán historia dulce, y no, carga.
Gracias, P. Luis por haberme invitado a rezar estas cosas.
Gracias Señor, por tener siempre dispuesto un pastor para tu rebaño.
Pablo Muttini

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