enero 11, 2007

Bodas y milagro

Rezando con Juan 2, 1-11

Hasta que no se agota el vino, no hay lugar para el milagro.
Mientras las jarras están llenas, es innecesario el milagro.
Vivo con alegría inconsciente la abundancia finita.
Mientras haya vino, ¿para qué?
Estamos de fiesta.
Esta es mí fiesta.
Mi fiesta. Mi vino. Mi alegría.

Pero, en algún momento se vacía la jarra.
Con suerte, una. Muchas veces, todas.
Jesús siempre está; siempre estuvo.
Todavía no ha llegado su hora. Mi hora.

Tiempo de milagro es tiempo de entrega.
Reconozco mi jarra vacía y ya nada más puedo hacer.
Se va acabar la fiesta. Sin vino no hay festejo.
Levanto la cabeza preocupado y miro el entorno.
Nadie se dio cuenta todavía.
Todos siguen festejando.
También ellos creen que el vaso nunca se acabará.
Todos siguen festejando menos yo.
¡Alguien me vio! (Mejor tapo la jarra). Mejor salgo un rato a pensar.
No me animo a pedir, pero pido.
¡Alguien se dio cuenta!
¿Habrá llegado mi hora?
Entonces llegó Su hora.
¿Pero, a quién se le ocurre servir el vino bueno después del malo?
¡Que siga la fiesta!
Otra fiesta. Distinta. Muy distinta.
Yo no fui.
Fue Él.
Fue Ella.
Fueron Ellos.
Milagro.
Ahora voy a servir.
¡Ahora sí ponderen el vino!

Virgencita buena, te pido que me ayudes a mantenerme atento a las jarras de quienes me rodean; que me eduques en la constancia para pedir con valor e insistencia, y cuando llegue el momento en que indiques “hace lo que Él te diga”...yo vaya, y si no voy, me lleves.
Amén

1 comentario:

Anónimo dijo...

Más vino, Señor, por acá!