noviembre 10, 2006

Las figuritas

La vizcacha se había mudado hace poco al vecindario y, sociable como es, no tardó en hacerse amigos. Mientras cavaba su casa, los chicos se paseaban entre los matorrales y también, iban coleccionando nuevas relaciones; solamente uno, merodeaba perdido entre las risas de sus hermanos y las historias inverosímiles de los flamantes compinches destinadas a impresionar a los recién llegados.
Tito vizcacha, se alejó un poco del grupo y entre las cañas vio al carpinchito también solitario. Soledad con soledad es buena combinación, pensó, y sin demorarse, se acercó al carpincho que parecía muy ensimismado en sus cosas.
Ni levantó la vista el carpincho y lo recibió con un
- ¿tenés figuritas?
Tito no solo no tenía figuritas, tampoco tenía bolsillos dónde buscarlas, así que también instantáneamente le respondió que no.
- bueno, entonces si no tenés figuritas no podemos jugar. No puedo ser tu amigo.
- ...pero charlar tampoco.
- No. Yo solamente juego a las figuritas.
Mientras le hablaba, seguía sin dirigirle la mirada y al mismo tiempo, como crupier experto, barajaba una pila enorme de figuritas semi nuevas.
Tito lo dejó y el carpincho allí quedó.
Con el paso de los días, Tito siguió acercándose al carpincho y la respuesta, palabra más palabra menos, seguía siendo la misma.
Finalmente, una tarde de lluvia en la que el más divertido sufría los embates del aburrimiento, la rana, que paseaba fuera de zona aprovechando el agua, lo vio al carpincho solo y aburrido y le preguntó por qué no jugaba con los demás. Bueno, el carpincho, nuevamente expresó su único y excluyente interés por jugar a las figuritas. La rana pensó un poco y le dijo:
- Es lindo jugar, pero sucede que sos el único que tiene figuritas por el barrio; así no vas a poder nunca encontrar compañía. Por qué no haces una cosa: buscate un amigo, prestale unas figuritas y así podrán jugar juntos.
El carpincho era más dormido que amarrete, así que ni bien le propuso esto la rana, se dispuso a esperar la visita de Tito que, con precisión suiza, pasaba todas las tardes a la misma hora por allí. Y así fue. Cinco de la tarde, Tito se acercó y el carpincho lo estaba esperando con la mitad de su mazo en la mano. Sorprendido, Tito tomó las figuritas, y en minutos estaban jugando.
No más soledad.
Una linda amistad.
La familia vizcacha fue muy feliz en el barrio.


Moraleja:
Los cristianos deberíamos compartir hasta el punto en el que todos puedan participar del juego. Hasta el punto, en el que todos puedan disfrutar.
¿Utopía o mandato?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

a mi lo que mas me sorprende es en que monento escribis?!???!!
beso, pa...
tincho

Pablo Muttini dijo...

...jajaja...es largo el día, hijo.
Hay que poner el carro en marcha, que los melones se acomodan solos...
Beso,

hna. josefina dijo...

Cuando éramos chicos, en el campo, nos pasaba algo parecido con las bolitas: En la mitad del veraneo alguno -porque le había ido bien- se quedaba con todas; o casi todas.
Pues, se solucionaba fácil: se repartían de nuevo entre todos. Y si no... ¿cómo íbamos a poder seguir jugando?
La vida te enseña... lástima que uno a veces 'se olvida' ¿no?
¡Gracias Pablo!

Pablo Muttini dijo...

¡Qué lindo recuerdo! ¡Qué acertado!
sin duda hoy deberíamos cuestionarnos cómo vamos a seguir jugando; cómo puedo se feliz mientras los que están al rededor son infelices.
No se por qué, ni bien lo leí, imagine a una mamá o una tía, un "grande", interviniendo para garantizar la siesta.
¿Dónde estarán los grandes hoy?
¿Dónde estaremos?
Impactante la oración final. Será cuestión de hacer memoria más seguido.
¡Gracias Josefina!