diciembre 22, 2011

¡Feliz Navidad!

Siento hoy que el desafío de la Navidad se juega fundamentalmente en mi propia humanidad. Soy yo el que tiene que aceptar a Dios tal como Dios se propone. Soy yo, el que tiene que claudicar a una fe de relicario, para dejarme acariciar y enternecer por una que me invita a sumergirme en la realidad plagada de vida y rebosante de cotidianeidad transfigurada.

Necesito humildad para amar mis límites y reconocer que ésta es la nueva propuesta de Dios: HUMANIDAD. La mía, la tuya, la nuestra.
Necesito humildad para amar tus límites y reconocer que ésta es la nueva propuesta de Dios.

En su humanidad, Jesús exhibe toda la potencia de la divinidad; pero en esa divinidad cuesta creer porque interpela. Interpela por su cercanía y porque compromete con sabor cierto a compromiso posible.

Si todavía estaba esperando algo, ya no tengo más nada que esperar.

Dios está con nosotros, entre nosotros, en nosotros, en vos, en mí.
Aceptar a Jesús en el pesebre es doblar las rodillas frente a la más osada expresión de Dios.

Quizás no sea el Mesías que esperaba.
Sin duda es el Mesías que necesito.
Por eso me hace falta humildad.

Querido Jesús, Dios con nosotros, Dios conmigo,
te pido que desde el Pesebre me estires los brazos
tara que pueda caer rendido frente a la ternura de tu Amor.

Querido Jesús, Dios con nosotros, Dios conmigo,
enseñame todo, mostrame todo, contame todo,
porque quiero aprender a amar como Vos amás;
porque quiero aprender a amar como Dios manda.

Amén

¡Muy feliz Navidad!