junio 30, 2011

Cuidar la vida

Estamos llamados a cuidar la vida.

Amor, servicio y vida. Así podría haber sido el orden.
Dios dispuso primero las condiciones propicias para que la vida sea viable; entonces fue servidor. Eso es también amar, amar fundamentalmente. Un amor que se anticipa a todas las necesidades del amado; amor que se hace servicio para que esa vida por venir pueda encontrar las condiciones para cuajar, desarrollarse y luego también, entregarse y así seguir el ciclo que siempre es amor, servicio, vida.

El servicio visto de este modo, es una asistencia constante a la vida.
La vida es inviable en el aislamiento y la soledad total.
Necesitamos de los demás y somos para los demás también los que disponemos los medios para que sus vidas sean viables.

La vida requiere desde su inicio constantes cuidados especialísimos que nosotros, individualmente, no nos podemos procurar.

Desde un vientre, sangre, oxígeno y alimento, hasta el último día, la contención de un abrazo que nos ayude a dar el paso de la Pascua.

En todas las etapas, la vida requiere asistencia. En algunas, de un modo más visible y obvio, en otras no, pero siempre requiere asistencia.

Aún cuando pienso que sólo me basto, también allí, y especialmente allí, la vida requiere asistencia.

La vida es enorme, inasible, al punto de que miles de personas necesitaré para poder vivir y enésimas más para vivir en plenitud.

La comunidad es el modelo más obvio de asistencia a la vida.
La comunidad constituye el ámbito en el cual estoy protegido, unido a mis hermanos ya no soy “ese” solo, ese aislado. Si me quedo la construyo y mi vida está salvaguardada; si me voy, me alejo y entonces los peligros se agigantan.

La soledad vista así no es parte del plan de Dios.
Jesús la asocia más al extravío que a la opción, y frente al extraviado, al perdido, su respuesta es siempre la misma: ir a su encuentro.

La vida requiere un tratamiento especial, delicado, dedicado, constante, atento, preciso, sostenido. Tratamiento responsable, firme, sobrio, exacto.

Y el servicio llama.
El amor es el aroma que desde la vida nos llama al servicio.
El amor va llevándonos justo dónde la vida está en riesgo por mínimo que parezca.
El amor nos guía.
El amor nos orienta.
El amor nos mueve.
Amor que inmediatamente nos pone en el camino del servicio.

Dios es Dios de Vida.
La vida es frágil y la consecuencia de una herida en la vida es el sufrimiento.
Quien sufre no puede vivir la vida con plenitud.
Plenitud y felicidad así son sinónimos.
Dios quiere que tengamos vida y la tengamos en abundancia.
Dios, nos confirma Jesús, siente en las entrañas el dolor.
Jesús no teoriza.
Viene a reparar el error y por eso primero, busca a los que sufren, sencillamente porque sufren.
Sufren todos aquellos que encuentran amenazada su vida.
Los que tienen la vida amenazada, entonces, para Jesús son prioridad: son los bienaventurados.
Toda la vida de Jesús fue un confirmar esa opción.
Quien sufre, siente que su vida se va perdiendo a manos de una muerte que se anticipa en sufrimiento. Siente que esa herida es palabra definitiva y que ya de allí no podrá salir.
Jesús, primero con pequeños signos y luego, con el máximo sacrificio de la cruz y la muerte, se entrega para confirmar que la muerte no vence; que no está dicha la última palabra, y que, si alguien puede decirla es Dios, y la palabra entonces es SI.

La dimensión diaconal de la Iglesia nos hace imperativo estar junto a los que sufren.

El sufrimiento sólo terminará el último día. Mientras exista sufrimiento será necesaria la presencia de Jesús en el mundo. Mientras esperamos la próxima venida, somos nosotros, por decisión de Él, quienes tenemos que hacerlo presente. Así se entiende el amor intencional que nos manda Jesús: ¡Amarás!

De los sufrientes que más sufren, los primeros son los pobres.
Son los primeros porque sufren. Punto.
Aquí, para Jesús no hay lugar a discusiones.
Y si diera lugar porque nos aturden nuestros juicios (cosa frecuente), no importa cuán equivocado, responsable o confundido: Sufre y eso es suficiente para encender el sentimiento más incomprensible desde la razón y más reconfortante desde el sentir: la misericordia.

Todos los que sufren son la prioridad de Jesús.
Todos los que sufren son la prioridad de Su Iglesia.
Todos los que sufren son nuestra prioridad…
(Tienen que serlo)

Nosotros, Iglesia, debemos estar en todas las situaciones humanas en que la vida esté amenazada. Salir a buscar lo perdido, porque está perdido y debe ser encontrado. Esta es la dimensión diaconal de la Iglesia. Inseparable del anuncio porque el anuncio sin gestos es declamación no Buena Noticia.

Misionar es llevar a Dios al mundo; un Dios que quiso hacerse presente precisamente poniendo en primer lugar a los últimos y confirmando que servir, es el único modo de volver a poner orden.
Sirviendo se construye puentes para que el Amor llegue al amado.

Jesús está en el que sufre sacramentalmente.
Jesús sacramentado en el dolor es luz en las sombras de la no-vida. La negrura del sufrimiento no puede contra un hálito de amor.
Tuve hambre, estaba desnudo, solo, preso…siempre lo hiciste conmigo. Siempre lo hiciste con él. Siempre lo hiciste.

La divinidad de cada hermano grita desde el dolor, el dolor de Dios frente al sufrimiento humano. Jesús gime con nuestro sufrimiento.
Cuando lo hiciste con el más pequeño…
Jesús entonces está en el que sirve, porque sus manos no pueden quedarse quietas frente al que está al costado del camino.

El mismo Jesús que entrega su vida en la batalla definitiva para vencer a la muerte, nos interpela para que entreguemos la nuestra en el servicio, anticipo de la entrega definitiva. Escaramuzas en la batalla. Pequeños triunfos frente a la no-vida. Servicio.

Y él está allí.
Jesús está en el misterio del encuentro porque el encuentro es anticipo del Reino.

La diakonía de la Iglesia expresa el compromiso de Dios con el presente.
Desde el encuentro sanador, la buena noticia se hace testimonio porque el amor prometido se hizo gesto.

Separar la Iglesia de su diakonía es negar la encarnación.

La diakonía impone movimiento.
Implica una dinámica por la cual salgamos de nosotros y vayamos hacia todo aquel que sufre. Prójimo es el caído sí y solo sí, nosotros nos aproximamos a él. Mientras tanto sigue siendo simplemente otro.
Projimidad es acción no circunstancia.
Projimidad es búsqueda y atención, no encuentro casual.
Projimidad es opción.

El único modo que se me ocurre hoy para cuidar la vida es servir.
Amén.

junio 14, 2011

...y ¡mueven las montañas nomás!

Este fin de semana, en Argentina, tuvimos la oportunidad de participar en la colecta anual de Cáritas...Los invito especialmente a ingresar a Facebook, buscar "Cáritas Joven" y comprobar de lo que son capaces nuestros chicos cuándo se lo proponen. Obviamente que también participamos adultos, familias, y todos los "de siempre" pero sin duda, lo que movilizan los jóvenes es un ventarrón de aire fresco...Parece que el Espíritu sopla fuerte...
Es notable ver cuánta generosidad hay contenida en la gente y también, lo necesario que es decir que SI y poner las manos al servicio para que ese gesto cuaje en expresión de amor.
Salir a la calle con la colecta es llevar a la calle la fiesta del compartir. Una experiencia única.
Pasen por Facebook y espíen; ¡vale la pena!

pd: si tienen experiencias de sus parroquias, por favor manden el link o los testimonios!

junio 08, 2011

Esperando al Espíritu Santo

Rezando con Mt 28, 16-20

Siempre tiene la iniciativa. La tiene y por si fuera poco, además la toma.
Jesús se anticipa y jamás nos propone algo que no haya probado y no tenga la certeza de que podemos cumplir.
Desde resistir al pecado hasta soportar lo insoportable, pasando por el amor, la misericordia, el perdón, la amistad, la paciencia, la inclusión. Todas las propuestas de Jesús, si bien parecen inalcanzables están diseñadas para la medida del hombre común.
La fe hace la diferencia.
Creer.
Creer en nosotros con la misma certeza con la que cree Él.
Creer en Él, con la misma intensidad con que deseamos lograr lo inalcanzable. Confianza.
El domingo pasado, estando resucitado y reunido con sus amigos -crédulos e incrédulos- les hizo una última afirmación que sería el principio de una nueva relación: “y yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Increíble viniendo de quién venía. Los que estaban allí con él, todavía no habían logrado entender esto de la muerte y la resurrección. Jesús anuncia que parte pero que no parte; que se va, pero que se queda. También les dijo “vayan” a terminar lo que el comenzó. Una propuesta que exige una fe muy profunda. Exige creer y creer en serio.
Jesús también nos enseña a creer con su testimonio.

Pensaba en un artista, un escultor, que a pocos golpes de terminar su obra, cuándo ya prácticamente pudo decir todo, expresar todo, mostrar todo, decide irse y encomendar la tarea final a sus discípulos, que entre sorprendidos y asombrados, lo ven repartir todas las herramientas que él uso, para que sean precisamente ellos los que puedan terminarla. Un artista que comparte el momento culminante de su creación con sus amores, para que sean ellos los que también puedan ser protagonistas.
Herramienta por herramienta, una por una, va depositándolas en manos temblorosas.
Una para cada uno, de modo tal que ninguno pueda sentirse ahora el dueño y sí, todos parte.
Así, todos a partir de ese momento serán imprescindibles.
Así, todos serán necesarios, útiles, inevitables. Así todos podrán también reconocerse dependientes y constitutivos de una comunidad que ya no puede aceptar excluidos.
¡Cuánta confianza!¡Cuánta fe!
Jesús primero cree en nosotros.
Antes de pedirnos que creamos en Él, cree en nosotros.
Nada deja librado al azar.
Pronto vendrá la inspiración.
Pronto, en Pentecostés, se disiparán nuestras dudas y sabremos cómo usar las herramientas que nos dejó.
Cree en nosotros. Cree en mí.
Ahora me toca el turno de creer realmente en él.
Siempre tiene la iniciativa.
Siempre me permite decir que SÍ.
Amén