julio 31, 2008

Buscadores de recursos

Pensar en una caridad transformadora exige creatividad y fidelidad al Evangelio y la misión.
La comunión cristiana de bienes, amen de ser mandato para todos los creyentes, es en si misma un modo concreto y tangible de hacer visible el Reino anunciado por Jesús como promesa y presente.

En sí, lo que se pone en juego son los dones.

Al igual que esa tarde en la montaña, cuando, frente a una multitud que lo seguía, Jesús dijo a sus amigos: “denles ustedes de comer” (Mc 6,37) y, milagrosamente, cinco panes y dos pescados fueron banquete para miles.
El milagro exige entrega, aceptación y sacrificio.
El milagro siempre requiere también una fe profunda y una humildad enorme, porque lo que nos pide Jesús es que pongamos de lo nuestro, venciendo nuestra vergüenza y el miedo a que no alcance, para poder alimentar la multitud.

Cuando desde algún espacio de la Iglesia salimos a buscar recursos, tenemos la oportunidad siempre única de ser actores y participes directos de ese momento que se repite cada vez que nos encontramos frente a la necesidad concreta del otro.

Somos nosotros hoy los que tenemos que llevar al mundo este mensaje y hacerlo, de modo tal que, cada persona que preste ayuda, cada benefactor, cada colaborador sienta que, su ayuda, poca o mucha, sencilla o enorme, fundamental o tímida, es uno de esos panes y uno de esos pescados que alimentaron a los hambrientos y lo que es mejor, les dieron la oportunidad de reponer sus fuerzas para escuchar un mensaje que fue, es y será, verdadera comida y verdadera bebida para ellos.

Así, si revisamos nuestras obras, veremos que muchos son los que colaboran y quizás, pocos los que se sienten partícipes del milagro, que no es lo mismo que saberse responsables socialmente, ni comprometidos con el prójimo; no, partícipes del milagro es muchísimo más que eso. Por intentar decirlo de un modo sencillo, a la responsabilidad social le corresponde la salud o la educación; al milagro, la alegría, la esperanza, la dignidad reconocida, la paz.

Llevamos, sin darnos cuenta, en nuestras carpetas de presentación, contenida la esencia de la Buena Noticia; extracto de Evangelio plagado de milagros, signos y prodigios. Voces, sonrisas, sueños, futuros, de quienes hasta ayer, parecía ya no tener nada que esperar.

Llevamos, necesidades, pedidos y números, y también y fundamentalmente, el frío de la cruz, el llanto de María, la bronca de Pedro, la preocupación de José, la alegría de Magdalena, la sorpresa de Nicodemo, y el testimonio de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, que del mejor modo en que pueden hacerlo, nos cuentan porque todavía tienen ganas de seguir adelante pese a todo. Llevamos grito y lágrimas del Jesús de hoy, de los enésimos mudos en los que Él sigue siendo a la vez, incomprendido y Salvador. Canto y llanto. Voz y silencio.

Muchos, sin todo esto, que nosotros palpamos y vivimos día a día, jamás lo van a descubrir.

El mundo de las oportunidades, si no escucha este anuncio de primer agua, seguramente seguirá pensando que es historia, mito, creencia nomás. Que el mandato de Jesús es solo para el domingo, y la caridad, simplemente limosna y no Amor.
Contarle al mundo que dar es amar es nuestra misión.
Decirle al mundo que, pese a lo duro que se le haya puesto el cuero, todavía puede vibrar con lo sensible, y que sentir lo llevará a la verdadera plenitud, es una novedad obligatoria que debemos comunicar.
Hacer ver lo invisible, escuchar lo inaudible, temblar con lo insoportable, valorar lo ínfimo, es hacer carne la misericordia de Dios, porque permite al otro también, comenzar su propio camino de conversión.

No llevamos nada más que necesidades y pedidos al mundo de las oportunidades; llevamos la verdadera oportunidad al mundo para que se convierta en un lugar en el que a todos nos haga felices vivir.

Vamos, a veces tímidamente a pedir recursos pero no nos damos cuenta que llevamos en las manos un tesoro. Uno tal que, como cuenta Jesús, puede ser tan impactante para algunos que los mueva a vender todo para poderlo obtener (Mt 13, 44-52).

En ambas márgenes hay necesidades urgentes: en ambas sedientos, hambrientos, desnudos, paralíticos, ciegos, leprosos, sordos, mudos...muertos. Distintos, sí, bien distintos pero todos necesitados y necesarios. Ninguno descartable. Ninguno imperdonable ni irredimible. Ninguno incurable.
Nosotros, quienes navegamos por el gran río, yendo de un margen al otro, tenemos la gran misión por cumplir.

Que los tecnócratas de los mercados se ocupen de explicar los beneficios directos e indirectos que proporcionará a las empresas incorporar a sus políticas dinámicas destinadas a promover organizacionalmente la cultura de la responsabilidad social empresaria. Nosotros, los cristianos, testigos del milagro, ayudemos a los hombres encerrados en esas marañas paralizantes, simplemente a amar y poner sus dones en juego, y si ese don es, la capacidad de generar riquezas, pues bien, que sea ese su aporte a la obra, no ya como simple aporte en metálico, sino lo que es mejor, como participación concreta, directa, activa; mano que también acaricia desde donde puede acariciar.

Madre Teresa, en un acto supremo de generosidad para con el hombre, varias veces dijo que hay que dar hasta que duela. Ella, santa, se ve que tenía que dar mucho mucho hasta sentir dolor; estaba tan entrenada que solo después de dar, dar y dar, comenzaba a padecer el cansancio. A muchos de los que estamos del lado del margen "bueno", no nos pasa lo mismo. A fuerza de poca práctica, ni bien damos un poquito ya sentimos el tirón. Quizás sea el momento de cambiar la frase por un tiempo, e invitar a dar hasta que sintamos que se hizo justicia, y para eso, lo que hay que entrenar es el corazón.

Llevemos, desde las mesas y los pupitres de nuestras queridas obras esa luz que nos enciende y guía.

Llevémosla bien en alto, porque en el otro lado, en ese que parece tener todo resuelto, allí, se consume mucha energía pero no siempre se ve con claridad.

Confiemos en el plan de Jesús, que se valió de los sencillos para llevar la Buena Noticia.
Quizás así, verdaderamente el mundo cambie.
Lo demás, todo lo demás, se dará por añadidura.