mayo 05, 2007

Amar y ser amado: el mandamiento siempre nuevo

Rezando con Juan 13, 31-35

Simplificamos el mandamiento del amor.
Cristo nos llama a amar de un modo íntegro.
Dar amor, y también recibir ese amor que el otro debe dar; ser vientre para que esa vida explote en nosotros y se desarrolle y luego, también se derrame en más amor.
Es más fácil dar que recibir.
Paradójico.
Imposible.
Vacío.
Recibir amor implica disposición y entrega.
Ser amable, en el sentido de ser pasible de ser amado, es un desafío de amor que exige tanto o más amor que el dar.
Algo así como tender la mesa para recibir al otro.
Crear las condiciones necesarias para que el otro pueda amarnos y renovarse en esa donación.
No es lo mismo recibir que invitar.
Invitar implica una disposición diferente en la que yo dejo de ser el centro para hacer central la presencia del otro.
Ser amable, es tender la mesa con lo mejor que tenemos.
Nuestra mejor vajilla, nuestro mejor mantel y también, nuestra mejor comida.

Muchas veces reniego por no ser amado, y sin embargo, soy yo quién evita insistentemente ser amable.
Quizás desde este lugar se pueda entender mejor lo que nos plantea San Pablo (1).
Una mesa tendida para ser amables, pasibles de ser amados, puente de amor, incluye en su menú paciencia, servicio, alegría, verdad, justicia...perdón. Fuera quedan la envidia, el orgullo, la grosería y el egoísmo, la irritación, la intolerancia.
Sólo esforzándome para ser realmente amable, puedo experimentar el milagro del amor, que sólo es amor cuando ambos aman, se reconocen amantes y nuevamente se derraman en más amor.
Misterios de Dios.

Padre bueno, re ruego me enseñes a tender la mesa de modo tal que, cuantos se acerquen a mí, puedan expresar su amor; que mi corazón reconozca que sólo siendo amado se aprende a amar...y entonces me deje amar para poder amar.
Amén
Amen

1.- invito a releer a San Pablo en Corintios 12, 31-13, 13