septiembre 05, 2006

Bocas sordas

Veo bocas que se mueven y ahogan lo que no pueden callar. Lo que no pueden decir. Lo que nadie siquiera intenta escuchar.
Veo bocas por todos lados y en todos los lugares por dónde voy.
En mi casa, las de mis hijos que intentan expresarse y muchas veces no saben a quién dirigirse; la de mi esposa que revolotea mientras pienso cosas “importantes”.
Las de los viejitos en el geriátrico y las de muchos jóvenes los sábados por la noche gritando desde botellas y aturdimiento.
Las veo también en el tren y en el subte dibujadas tras una bolsita con pegamento.
En las mañanas de Santa Rafaela con los muchachos de duchas.
En el trabajo cuando la plata no alcanza y se pierde el ánimo de hablar hablando.
En el reflejo de la pantalla de una computadora.
En la soledad de un banco o un asiento del colectivo.
Detrás de la ventanilla del auto.
En el viejo que parece no tener ya nada importante para decir.
En el padre que balbucea principios y consejos.
Veo bocas por todos lados.
Bocas que se mueven como si estuvieran hablando.
Cuellos que se ensanchan en venas tensas como si estuvieran gritando.
Labios entreabiertos que preanuncian gemidos.
Puños apretados que retienen gritos.
Labios apretados que sujetan corazones.
Antes también era ciego; ahora veo bocas...pero estoy sordo.
Este domingo decime “Efatá”, Señor, que me estoy perdiendo mucha música.
El silencio de mi ruido hace que me pierda la Vida.
Efatá.
Seguramente después podré comenzar a hablar con Tus Palabras.
Amén

Pablo, preparando el corazón para el domingo (Mc 7, 31-37)